Columnistas

Detrás de la protesta

17 de septiembre de 2018

En vez de buscar mafias de verdad (o de mentiras) y continuar profundizando los viciosos ciclos de la estigmatización social y promoviendo la persecución mediante la insinuación, los funcionarios públicos deberían reconocer que, detrás de la protesta, hay democracia.

La gente protesta porque no está bien, porque está en desacuerdo con algo, porque quiere resistir, e, importantemente, porque todavía cree que, organizándose, algo puede cambiar. Que en medio de la apatía, el miedo y el desorden social que priman en casi todas las sociedades latinoamericanas haya gente que se asocie, se organice y se movilice para formular sus reclamaciones debería ser motivo de celebración y reconocimiento.

Detrás de la protesta, hay un largo camino de organización. Se trata de procesos complejos, signados por: realidades locales y nacionales (coyunturales o permanentes); liderazgos individuales (que surgen, crecen, se agotan o se extinguen); disponibilidad de recursos (por lo general, escasos); y procesos de toma de decisiones, marcados por la manera como se evalúan los constreñimientos y las oportunidades del momento político.

Detrás de la protesta, hay un proceso colectivo de interpretación de la realidad, un proceso profundamente político, que lleva a unas personas a pensar en colectivo. Este no es un proceso sencillo ni englobante; está lleno de obstáculos y de disensos. No es necesario idealizarlo para reconocer el valor extraordinario de que la gente se reúna para discutir y pensar, especialmente en lugares en los cuales la reunión y el pensamiento dejaron de ser derechos para ser blanco de sospecha.

Detrás de la protesta, hay un consenso, alcanzado por personas animosas que experimentan un agravio, que se sienten ofendidas, y que, en contra de todo pronóstico, están convencidas de que la acción colectiva puede conducir a cambios y soluciones.

Detrás de la protesta, hay ingenio, hay invento, hay método, hay esperanza. La desolación y el daño se reformulan en clave de reclamación, de agravio que demanda respuesta: se lanza una presentación a una sociedad que no pone atención y que prefiere ignorar. La protesta es una llamada; es una forma de acción colectiva que busca dignificar reclamaciones, tejer relaciones y lazos de simpatía, y provocar identidades colectivas y políticas. Detrás de la protesta, en términos muy simples, hay acción política para hacerse notar.

En vez de aplacar la protesta, el poder público debería preocuparse por conocer más a fondo los procesos de cambio social que son promovidos y demandados desde sectores sociales, más o menos organizados, que optan por formular y enmarcar sus reclamos de manera pública.

Los eventos de protesta que tanto incomodan no son otra cosa que uno de los repertorios de la contención política que debe darse en una democracia. Esos reportorios no son neutrales y están inmersos en contextos concretos. En Colombia, la larga historia y el contexto actual de violencia, exclusión política y discriminación social marcan las formas de reclamación.

La protesta llevada a marcha, manifestación, toma o bloqueo resulta incómoda: rompe con la cotidianidad, trae sorpresa e incertidumbre. ¡Eso es exactamente lo que busca: atención, en medio de la exclusión y la negación!

Ojalá quienes ejercen el poder público en Colombia sepan entender lo que hay detrás de la protesta: en vez de guerra y crimen, descubrirían la esencia de la democracia. Esta columna se basa en la obra Dynamics of Contention (2001) de Doug McAdam, Sidney Tarrow y Charles Tilly.