Diciembre empieza en octubre
A años luz de diciembre, los vendedores de ilusiones ya nos lo están anticipando. Asumen que diciembre es sinónimo de felicidad y que es el mes ideal para practicar las diversas formas de locha. De paso se desencartan de cachivaches inútiles.
No ha desfilado una sola bruja en la pasarela de octubre y ya están desapareciendo el décimo mes; nadie ha hablado pestes o bondades del descubrimiento de América; tampoco hemos visto la primera celulitis por cuenta del novembrino reinado de Cartagena, y las vitrinas están tuquias de chécheres.
El eterno Ariel Armel, el Chapulín Colorado de los indefensos consumidos consumidores, debe movilizar a sus sabuesos para que constaten la autenticidad de las gangas. Tal cual.
¿Cuál es el afán de anticiparnos a Guillermo Buitrago quien solo suena rico cuando “las hojas del calendario” desgranan los 31 días de diciembre?
Un villancico en octubre es tan insólito como su majestad el wasap que arrasó con la intimidad que le quedaba al estresado hombre de internet.
Si hasta los pacíficos marranos han empezado a temblar en los corrales previendo lo que les va pierna arriba. Algunos reyes del colesterol se declararon en huelga de hambre para dejar a los productores con los crespos hechos.
La nieve, planta exótica en Locombia, aparece en almacenes que utilizan el truco como mecanismo infalible, como el papa Francisco, para incitar a la gente a meterse la mano al dril.
Con su barriga de corrupto feliz, Papá Noel suelta su sonrisa ficticia como esos traseros hiperbólicos en los que se adivina la acción del bisturí, el nuevo hacedor de estéticas femeninas.
Las vitrinas exhiben árboles navideños, una vieja tradición de la Europa precristiana. Para los nórdicos los árboles eran la encarnación de seres poderosos. Es como un deseo de tener nuestro propio dios en casa.
Todo dirigido a activar al “oneómano” que nos acompaña. La oneomanía, lo enseñan los crucigramistas, tiene que ver con el deseo compulsivo de comprar.
Los hay que sospechan una rebaja y se van de bruces con tal de alzarse con el artículo que les coquetea con un irresistible 10, 20, 30 % de descuento. (“Sale”, en inglés, dicen algunos avisos diseñados para vender más con el anzuelo de lo importado).
El verde y el rojo, uniforme decembrino, se pavonean en múltiples escenarios. La ponsetia, árbol que lleva encima estos colores, se puede conseguir en menos que se agota un suspiro. (La ponsetia tiene el apellido de un embajador gringo en México que lo enviaba a sus familiares el fin de año).
No faltará el despistado que nos castigue con El brindis del bohemio. Me parece oír por radio el lacrimógeno “Faltan cinco pa las doce”.
Anticipar diciembre es tan malo como enfermarse con retroactividad. Dejemos que el tiempo haga su trabajo y vivamos como lo ordena el manual: segundo por segundo.