Columnistas

Diciembre y la palabra

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23 de diciembre de 2016

En diciembre todo tiene la palabra, no hay cosa que no esté invitada a hablar. Los ojos hablan, los oídos hablan, el olfato habla, el gusto habla, las manos hablan, los pies hablan. Diciembre, tiempo del lenguaje multidimensional.

En diciembre todo habla con elocuencia soberana. Novenas, villancicos, vacaciones, paseos, visitas, aguinaldos. Hasta la alborada que inunda el día entero con su luz soñada vuelve palabra su luminosidad.

Me valgo de la palabra para hacer a otros partícipes de lo mío, lo que llevo en el cuerpo y en el alma. La palabra, el poder que tengo para concretar lo que me pasa y ponerle contorno a lo que veo, oigo, huelo, gusto, toco, más aún, a lo que pienso, siento, amo. Milagro de milagros, la palabra.

Más que tener palabras, soy palabra. Me basta con existir para ser palabra. Ser y comunicarme van de la mano. Hasta el silencio es palabra, palabra que interpreto a mi modo. Su elocuencia me pasma.

El silencio es el lenguaje de los lenguajes, tesoro que el hombre del siglo XXI, tan ajeno al silencio, tiene por descubrir. Y disfrutar. Vale tanto el silencio que hasta Dios mismo es llamado el Señor del silencio por el don de hablar sin ruido de palabras. Los místicos, abismados, saben lo difícil y fácil que es el divino lenguaje del silencio.

Diciembre es el mes en que todo dice que Dios, la Palabra, se hizo hombre, el misterio, el milagro que supera en desmesura los sentidos del cuerpo y las potencias del alma dejándolos arrobados, extasiados, perplejos, fascinados.

En diciembre leo fuera de mí: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1, 1). La Palabra, el Verbo, según la Biblia (Sabiduría 7, 22-23), es “inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien”. La voz del silencio llega al infinito.

Para quien sabe experimentar el silencio, diciembre es la oportunidad privilegiada para hacer del silencio el medio de comunicación por excelencia. “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc. 2,19). Mujer privilegiada en contemplar y disfrutar con la mirada el silencio.

Lucas se abisma de felicidad ante el silencio embelesado de los pastores en Belén. “Fueron a toda prisa y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre”. Mundo de pasmo, sortilegio y maravilla. Los recibió el Silencio.

En diciembre, me embelesa escuchar el silencio.