Diez días de terror
Una semana le bastó a Donald Trump para convertir su presidencia en un reality televisivo que mezcla el asco con el miedo. Un show dictatorial en medio de firmas de órdenes ejecutivas que en cuestión de horas dinamitó la dinámica democrática mundial. Un mandato que empezó mal para el liberalismo político y solo promete empeorar.
Como con los populistas del nacionalismo radical que pintaron el mapa latinoamericano en la última década y media, con el nuevo inquilino del Salón Oval los adjetivos se hacen insuficientes. Cada decisión suya es una muestra de unilateralidad violenta y desconfiada. De racismo. De xenofobia. De machismo. De generalizaciones perversas que acaban de un manotazo con décadas de construcción de confianza. Escribe con brocha gorda lo que debería ser un trabajo de filigrana.
La tosquedad que caracterizó su vida pública, que luego traspasó a sus programas de telerrealidad y por último a su campaña presidencial, no lo abandonó ahora que tiene el poder en sus manos. Por el contrario, su visión maniqueísta se alimenta tras las críticas de una oposición a la que no le reconoce siquiera el derecho al disenso. La verdad es él y no hay alternativa.
Trump demostró que si bien sus promesas electorales pudieron concebirse en medio de rabietas publicitarias está dispuesto a cumplirlas: del muro en la frontera sur de Estados Unidos y los insultos a todo un hemisferio, a la increíble y nefasta determinación de prohibir la entrada al país de los ciudadanos de siete países de mayoría musulmana.
Las protestas que despertaron a un país adormilado durante el fin de semana, son para él apenas rabietas de liberales radicales desinformados que no merecen atención.
Vivimos en directo la consolidación de una historia que, por bizarra, parece una distopía literaria para luego estallar en la cara con todas las consecuencias de su realidad. Las mentiras como verdades, la risa sobre aquellos que lloran, las plegarias desoídas. La justificación del odio como política nacional e internacional.
Y nos salpica a todos, sin excepción. No existe rincón en la tierra que se salve de las nefastas secuelas de lo que apenas comienza en Washington que pinta hoy más oscuro que ayer y así cada mañana hasta hacerlo insoportable.
Este monstruo no para de crecer.