Columnistas

Dinamita para los cerdos

08 de diciembre de 2015

Dos horas más no fueron suficientes para cocinar un pucherazo. La victoria de la oposición era tan incontestable en las últimas horas de la jornada electoral del pasado domingo que el régimen poschavista decidió no tensar más la cuerda. Si el PSUV de Maduro hubiera tenido la más mínima opción de victoria, no duden de que la autoridad electoral habría prolongado las votaciones hasta la Navidad. Aposté hace unos días porque el tirano de Miraflores haría lo posible y lo imposible para deslegitimar el resultado. Lo intentó hasta el último momento y solo los cerca de 113 curules que a estas horas podría adjudicarse la oposición lo han detenido. De confirmarse estos datos, el vuelco político en Venezuela es de proporciones históricas. Tres lustros después de la llegada de Hugo Chávez al poder, el país está exhausto y el desgobierno es galopante. Tras el referéndum revocatorio que Chávez ganó in extremis a principios de su mandato y tras soportar un paro petrolero que colapsó las finanzas del país, la oposición cometió un error mayúsculo. Agarró una pataleta de tal calibre que decidió ausentarse de las legislativas para dejar todo el poder al chavismo. Calculó mal sus opciones pues ni siquiera Estados Unidos, embarcado en el avispero afgano e iraquí, acudió a socorrerlos. Ahí se inició la tiranía: sin freno alguno, Chávez podía hacer y deshacer a su antojo con el respaldo “democrático” de la Asamblea. Y ahí seguiríamos, de no haber mediado el desplome del petróleo y el acercamiento entre los Castro y Obama. La cuestión ahora es destripar cuáles serán los próximos movimientos de Maduro. Tenemos claro que este no es precisamente una lumbrera, pero tampoco un tonto de capirote. Algo estará tramando cuando ha reconocido sin ambages la derrota. Sus apoyos en el Legislativo se reducen apenas a 54 asientos, lo que otorga a la oposición mayoría de dos tercios. Pero la política en Venezuela es muy volátil y algunos señores y señoras diputados rompen la disciplina de voto al mejor postor. En cualquier caso, Maduro tiene otra herramienta a su alcance. En un país marcadamente presidencialista, puede legislar sin contar con el respaldo del Parlamento, como ha estado haciendo hasta ahora según los preceptos de su antecesor. A través de una batería de leyes-habilitantes, el régimen se atreve con todo, incluso con atribuciones que no le están permitidas por la Constitución bolivariana que enarbola y agita como haría con la Biblia un pastor evangélico en pleno trance. Y que, por cierto, le sirve para envolverse las arepas. Detrás de ese falso talante democrático se esconde un decretazo de tomo y lomo con el siguiente encabezamiento: ustedes pierdan el tiempo debatiendo, que yo haré de mi capa un sayo. Todo aquello que resulte trascendente para la supervivencia del régimen quedará a su discreción (nacionalizado por emergencia) mientras la oposición legisla sobre temas menores. Así tendrá, además, alguien a quien culpar de sus desmanes, cosa hasta ahora imposible. ¿Que no hay comida? La oligarquía es la responsable. ¿Qué las arcas del Estado están vacías? Pregúntenles a ellos que yo solo “ejecuto”. Por último, a quienes cantan victoria alegremente cabe recordarles que el régimen cuenta con un aparato represivo, tanto en el Ejército como al margen de este, bien entrenado por sus colegas cubanos. Maduro no dudará en utilizarlo para mantener los privilegios de la casta chavista que pretenda eliminar la oposición.

Aún queda mucho camino por recorrer hasta ganar la Presidencia. Se ha ganado una batalla, pero no la guerra. La oposición deberá mantenerse alerta y, lo que es más importante, unida y sólida como una roca, porque las embestidas llegarán de todos los frentes. No vaya a ser que les ocurra como a las decenas de “frentes para la liberación de Judea” de “La vida de Brian”, que se odiaban más entre sí que al propio enemigo romano.

Una cosa sí hemos logrado, callar a los chavistas de este lado del océano que en dos semanas se miden en las urnas en España. Confío en que no haya tanto necio como para desear lo que ni siquiera los venezolanos quieren. Las migajas del chavismo, dinamita para los cerdos.