Columnistas

DIOS INCLUYENTE

12 de febrero de 2018

Una gran consolación espiritual experimentamos al acercarnos a este Dios, que nos revela Jesús, con palabras y obras, en las lecturas, este domingo.

Dios al hacerse hombre en Jesús: se abaja, se mete, toca, se unta del dolor, el mal y la enfermedad. Llega hasta el fondo de la realidad humana. Su propósito: la salvación, por medio de la misericordia, ¡para todos! Sin ninguna clase de exclusión. Asume en sí mismo todas las consecuencias de su palabra y acción. Muy al contrario de su proceder, resulta nuestro modo de proceder, nuestra actuación humana que en última instancia suele ser la causa de las diversas y múltiples exclusiones, desigualdades e injusticias en el mundo.

Mientras al obrar, Dios se agacha, se abaja, se implica hasta el límite de la realidad del mal y del pecado que daña al hombre, sin excluir a nadie para salvarlo. Nosotros, queremos ascender, subir, queremos ser “dioses” parándonos por encima de los demás. Queremos ser reconocidos como los buenos, los mejores muy por encima de otros, de la gran mayoría. Queremos ser reconocidos como los limpios y puros. Aunque para lograr esto no importe nada, pase lo que pase; tengamos que discriminar, distinguir y excluir a la gran mayoría; porque definitivamente son “impuros” y además “malos” a nuestro juicio, nuestra comparación. Están manchados y como “los leprosos” en Israel, deben ser apartados y excluidos del concurso y contacto social.

Esta bella lección resulta actual, hoy por el contraste tan grande entre el Ser del Dios verdadero y el ser del hombre que se proclama bueno, justo, limpio, el “dios a su manera”. Desde siempre y más hoy en nuestro mundo soberbio y codicioso: hemos querido y seguimos queriendo ser como Dios.

El resultado de este contraste nos obliga a reconocer, muy a disgusto nuestro, como lo fue para los Escribas y Fariseos en tiempos de Jesús, que todos somos “impuros” por una razón o por otra, máxime hoy cuando sobrevivimos en una cultura global donde difícilmente podemos librarnos de la corrupción, peste nociva que ha contaminado como impuro, y condenado todos los espacios, propuestas y personas del género humano; reduciendo nuestra vida a un estado de postración y de injusticia pocas veces experimentado en el mundo.

No nos digamos mentiras, si queremos sacar adelante esta humanidad “deprimida” de hoy, el camino no puede seguir siendo el de siempre: señalar, excluir y condenar a los otros, como malos, terroristas, “impuros” y corruptos. Responsables de todo lo que pasa. Esto nos llevará a seguir negando nuestra enfermedad y pecado, sin posibilidad de liberarnos. El verdadero camino, la alternativa, será la del leproso judío, que, con humildad y sencillez, a la que lo ha conducido su “pobre” vida, clama desde su impureza, mal y enfermedad: ¡Señor, si quieres puedes limpiarme¡ ¡Puedes curarme! Dios tan cercano a nosotros, porque nos ama: ¡definitivamente por su misericordia, es el Otro!.