El centenario de José Barros
El próximo sábado 21 de marzo se cumplirá el centenario del maestro José Benito Barros Palomino, el mejor compositor que ha dado Colombia por los siglos de los siglos, amén.
Tiempo oportuno para celebrar, otra vez, las muchas piezas inmortales que dejó Barros en todos los géneros de la música popular latinoamericana, desde el porro hasta la ranchera, desde el bolero hasta el bambuco, pasando por el danzón, el pasillo, el tango, el vallenato, la cumbia, el currulao y el valse.
Además de su versatilidad como músico, Barros era variado en sus letras. Lo mismo podía escribir una pieza narrativa que una lírica, lo mismo podía componer una elegía para celebrar a un boga que una canción picaresca para mofarse de un mal vecino. Era narrador como Rafael Escalona, hondo como Pablo Flórez, burlón como “El tuerto” López, inspirado como Rafael Campo Miranda.
Agustín Lara lo consideraba “el mejor compositor de América Latina”.
Barros, huérfano de padre desde los tres años, ejerció desde temprano oficios duros en El Banco, su tierra natal. Fue mensajero, vendedor de pescados y cargador de bultos en el puerto adonde atracaban los barcos que navegaban por el río Magdalena.
Después descubrió la música. Entonces fue cantante, compositor, guitarrista. De su larga trashumancia por América adquirió ese bagaje musical que le permitió desenvolverse con tanta propiedad en los aires más disímiles.
José Barros escribió más de ochocientas piezas, entre ellas “Navidad negra”, “Momposina”, “El gallo tuerto”, “Las pilanderas”, “El pescador”, “A la orilla del mar”, “El vaquero”, “El chupaflor”, “Busco tu recuerdo”, “Violencia”, “José Domingo”, “El guere guere” y “La llorona loca”. Canciones que representan uno de los más altos momentos de nuestra música popular.
Acaso la más importante de todas es “La piragua”, escrita en 1962 en un bar del centro de Bogotá. La canción fue compuesta por encargo de un productor musical que pretendía utilizarla para promocionar la cumbia. Sin embargo, el productor la rechazó con el argumento de que la pieza era “demasiado poética”.
“La piragua” estuvo engavetada hasta cuando la grabó, sin éxito el “Trío Los Inseparables” (1969). Se convirtió en un suceso al año siguiente, cuando fue grabada por la orquesta de Gabriel Romero.
José Barros supo retratar su aldea y hacerse universal, como proponía Tolstoi. Por esos sus canciones interesaron a las principales orquestas del continente. Como era nativo de un puerto, Barros siempre tuvo curiosidad por el mundo que se expandía más allá de donde terminaba su horizonte. Esa curiosidad lo llevó a aguzar el oído para identificar su herencia raizal y, al mismo tiempo, conocer los sones que venían de otras latitudes.
Ahora que la música popular se ha empobrecido con tanto reguetón barato, con tanto tropi-pop insulso, con tanta bullaranga exasperante, conviene tomar el centenario de nuestro más grande compositor como un feliz pretexto para volver a su obra portentosa. Una obra que seguirá vigente a pesar de la frivolización de nuestra radio comercial, ya que, para decirlo otra vez en coro con Tolstoi, es la taquigrafía de una profunda emoción.