EJEMPLOS
El tipo detuvo su moto de bajo cilindraje y apariencia maltrecha de forma abrupta delante de un auto que frenó suavemente. Él y la niña, que venía de pasajera, se apearon al mismo tiempo. Se quitó el casco y se dirigió hacia el conductor del vehículo quién descendió la ventana. Hasta ahí nada permitía anticipar lo que siguió. Sin mediar palabra, agrede violentamente con el casco a la persona al volante del vehículo.
Los que presenciamos la escena quedamos pasmados. Yo estaba sentado almorzando en el restaurante de Horacio en el barrio Manila de Medellín, donde voy dos o tres veces por semana. En la mesa de al lado había una pareja mayor.
Después del primer golpe empiezan los gritos del motociclista reclamando una maniobra del carro en la que supuestamente casi lo hace caer. El señor del auto le responde varias veces con voz pausada, como tratando que el agresor entre en razón: “señor, no lo ví, no era mi intención, cálmese, entiéndame que no lo ví, por favor”. Señor, señor, señor, se oye. El motociclista le sigue asestando golpes con el casco y con el otro brazo. A veces la emprende contra el mismo carro.
Alcancé a decirle a sus oídos sordos que se calmara. Entre gritos el tipo reclamaba que iba con la hija y un accidente la hubiera afectado. El señor mayor que estaba a mi lado le increpó con fuerza diciéndole en repetidas ocasiones que peor era lo que estaba haciendo. El individuo le ladró amenazante “metido, metido, metido”.
Estuve el resto del día maluco. No entendía que me causaba tal conmoción y malestar. Era algo que iba más allá del hecho de haber presenciado un acto de violencia injustificada. Hasta que en la noche, al acostarme, me pareció diáfano. La niña, la hija del sujeto, que presenció todo, que por un momento trató de tirar a su padre de un brazo para que se retirara y que luego se paró a la distancia, en la acera, bajo un árbol, al lado de una mujer que presenciaba los hechos, era mi molestia. Ella, ante cada alarido y arrebato de su progenitor, gritaba, o trataba de gritar, pero era casi inaudible. Y sollozaba, aterrada, metida dentro de un casco gigante que nunca se quitó y le bailaba en su cabeza.
En cada acto estamos cimentando el futuro de nuestra sociedad. Los niños ven el ejemplo que les estamos dando. Van asimilando así su forma futura de relacionarse. Somos seres que repiten.
A la niña le quedará como recuerdo la violencia desatada y salida de cauce de su padre. Eso no se olvida. Quién sabe, tal vez acompañada de múltiples recuerdos similares que irá acumulando. Una persona violenta como su padre no se detiene. Y la espiral de violencia se perpetúa, no se rompe.
Unas palabras para el conductor del auto. Nunca perdió su compostura. Su voz siempre fue enfática pero tranquila a pesar de las agresiones. Para mí, el héroe. No es fácil mantener la calma de la forma en que lo hizo. Otro ejemplo. Ojalá todos lo repitiéramos.