Columnistas

El árbol

08 de septiembre de 2018

Amable lector. Tuve el privilegio de ser amigo de uno de los primeros profesores que llegó del exterior a la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional.

Me contaba que en los años 40 del siglo anterior era frecuente que a las 6:30 a. m., cuando iba desde el centro de la ciudad a la facultad, el río Medellín estaba cubierto por una espesa neblina y que los azulejos, toches, mayos, carpinteros y otros pájaros con sus trinos celebraban el nuevo amanecer.

Enseñaba a sus alumnos que los árboles y plantas se identificaban con el nombre científico, que en adelante debían denominarlos así. Es seguro que algunos de los hermosos y viejos árboles que permanecen erguidos en esa facultad fueron sembrados por él y sus alumnos.

Cuando salía con sus estudiantes al campo pasaban las horas examinando cada especie. En cierta ocasión se detuvo frente a un roble (Quercus Petraea), que pertenece a la familia de las fagáceas. Lo usual es que este árbol crezca derecho, sin embargo, estaba torcido. Los alumnos le preguntaron si era posible enderezarlo; respondió que era más fácil resucitar un muerto.

La justicia de nuestro país es similar al roble torcido. Corregirla, valga decir, que sus jueces protejan al que obre bien y castiguen al criminal, al corrupto, al violador, al que tortura, al que sustrae para sí los recursos de los más desprotegidos, no se logra con referendos, plebiscitos o cambio de códigos.

Mientras los altos magistrados y jueces en general sean tentados por el brillo de las esmeraldas que produce la coca, es una utopía pensar que habrá justicia.

Muchos creen que el expresidente Lula Da Silva se lucró recibiendo bienes en forma indebida. Lo más triste es saber que las clases populares y cada vez las más instruidas, poco o nada, les importa saber, si se obra bien o mal. Más aún, hablar de principios y valores es cosa del pasado.

La gente que estaba convencida que el doctor Ernesto Samper se había retirado a reflexionar sobre su pasado; se equivocó. Hace pocos días escribió, como si fuera juez, un fallo, que en bellas y sentidas palabras exonera a Lula Da Silva de toda culpa. Y concluye condenando al juez Sergio Moro por convertir un asunto local en un escándalo internacional.

La línea o franja que separa el bien del mal y los principios éticos y morales se ha ido desdibujando en forma acelerada. A los criminales natos y a los depredadores del erario público no solo no se les castiga, sino que se les otorgan altas dignidades. El negocio de la coca ha corrompido a jueces y a personas de bien y ahora está destruyendo nuestra juventud.

El antídoto más eficaz para combatir la corrupción es la cárcel. Y para erradicar la coca, el glifosato; salvo que el Estado atienda las voces de la gente moderna. Entonces habrá más drogadictos y más familias destruidas.