Columnistas

El camino hacia el bien

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22 de enero de 2017

Dice el cineasta Andrei Tarkovski que el arte, el verdadero arte, tiene la capacidad de empujar a los seres humanos hacia el bien. Es un proceso que se logra cuando se convergen factores como una obra profunda que plantea ideas, que apela a las emociones, que sobrepasa la razón sin subestimar al espectador, que más bien le exige pensar y que a su vez este como ser humano tenga la mente abierta. Es decir, intelecto, deseo, disposición para conectarse con lo que ve y escucha. Se puede ser muy inteligente, dotado de grandes talentos, de fortuna, incluso de oportunidades, pero la capacidad para absorber la vida, para nutrirse de ella y a la vez devolver en la misma o en mayor medida aquello que el mundo nos da a través del pensamiento es una disposición especial. A pensar se aprende, pero además de ese aprendizaje el pensamiento debe ejercerse, como una profesión o un estilo de vida.

Vivimos tiempos turbulentos y de gran incertidumbre. La humanidad parece estar en una encrucijada muy parecida a la de hace un par de siglos cuando la Revolución Francesa comenzó un proceso de transformación que se esparció por el mundo occidental. Lo que terminó siendo un camino que llevó al reconocimiento de los derechos políticos y civiles del hombre empezó en el fuero interno de quienes entendían que la libertad material empieza en un lugar muy íntimo. Por eso convergen desde el siglo dieciocho la liberación del arte y su reconocimiento como una materia útil a un discurso libre, capaz de encender mecanismos de acción que a la larga se traducen en cambios sociales e históricos. Hasta entonces había sido en gran medida un mecanismo de propaganda controlado por las élites, y a través del cual solo los maestros lograron codificar sus preocupaciones íntimas o expresiones puras del alma y demostrar así, sutilmente, la necesidad del hombre para expresarse a través de los medios de creación artística.

El momento que atraviesa hoy la política a nivel mundial representa un retroceso en esos alcances. Es como si la humanidad de pronto se negase a culminar su faceta de evolución del conocimiento. Las masas parecieran buscar la dominación, la tiranía y el apaciguamiento. El miedo nos supera porque muchos no tienen mecanismos de esperanza. Mecanismos que da el arte. No hay forma más clara de verlo como cuando quien asume la presidencia de EE. UU. lo hace con un discurso retrógrado, populista y violento. Entonces tenemos que preguntarnos cómo vamos a responder, a resistir, pero sobre todo a revelarnos.

Mi respuesta inmediata es: desde la convicción de libertad. Leyendo a Tarkovski entiendo que esa libertad se genera en el arte, pero el arte es mucho más que museos y conciertos, es algo que viene desde los cimientos de la vida. Desde los cuentos que se leen en la infancia, hasta la gente que uno admira. Aquello que conmueve, que revoluciona, incluso que incomoda, que causa implosión en nosotros, nos obliga a gestar pensamiento. La creencia política siempre estará ligada a nuestras emociones, aunque debamos separarlas, siempre buscaremos en los líderes resonancia con aquello que nos hace sentir vulnerables. No sé si exista un arreglo para el mundo de hoy en día, pero algo si sé, es que el de mañana depende de aquello que dejemos a nuestros hijos como legado intelectual. Tanto el que heredan y comparten con nosotros, como el que buscan por sí mismos.

Nos toca formar a las nuevas generaciones, lo que no quiere decir que es suficiente con que los jóvenes tengan acceso a un sistema educativo y se gradúen en ceremonias que eleven las estadísticas de escolarización y alfabetización. Necesitamos abrir la mente de la gente, darle los mecanismos para que piensen por sí mismos, enseñar la libertad, sobre todo la de expresión, esa que viene desde el respeto, desde el reconocimiento del otro y la convicción de que la violencia no soluciona nada y que la única posibilidad de vida es en franca convivencia.

Los valores se enseñan y cada sociedad trabaja los suyos. Al final, lo que sucede en cada conflicto es el resultado de una generación anterior que falló o promocionó estados de opresión y sumisión. El mundo tiene que cambiar para avanzar, pero sobre todo para sobrevivir y es de ese bien al que se refería Tarkovski.