El “Chapo”, a Filipinas
El “Chapo” anda suelto, dónde andará mi “Chapo”. Se dice que lo vieron en Ibiza, disfrazado de lagarterana inglesa, rostizado por el sol mediterráneo y etílico perdido. Y no me extraña. Bien podría andar amarrado a un gintonic en el que flotan bayas y otras frutas variopintas y a un puñado de efebos hipermusculados sin un pelo en todo el cuerpo, trasero incluido. Bailando al son hipnótico de David Guetta y Calvin Harris, novio a la sazón de una tal Taylor Swift. Y es que, a estas alturas de la canícula, todo el que se precie está en Ibiza (a excepción de los pobres periodistas y otras gentes de mal vivir), un lugar donde nadie es quien aparenta ser los otros nueve meses del año. Qué mejor lugar para pasar inadvertido que las islas Pitiusas, confundido entre el desenfreno playero de millones de jóvenes llegados de todo el mundo para rendirse culto a sí mismos. Entre tanto enredo lisérgico y sin un pelo de su bigote en pie, quién diantres va a reconocerlo allá, donde podría tumbarse en una hamaca el mismísimo Führer sin que nadie lo advirtiera.
Sea como fuere, el capo del narco mexicano ya no está entre rejas. Se nos ha fugado otra vez con una facilidad pasmosa. Tanta que un poco más y le pone aire acondicionado, hilo musical y cinta transportadora al túnel que se fabricó con ayuda de sus compadres.
Lo del “Chapo” ya es de traca. No sé por qué me da que, si lo vuelven a trincar, no durará ni unos meses enjaulado. Ni aunque lo encierren en la Mansión Playboy. Por eso, propongo su traslado a Filipinas. Allí, en la idílica isla de Palawan existe una prisión donde los reos viven con sus familias y cobran por el trabajo que hacen. No es de extrañar que muchos de los reclusos no quieran irse de la cárcel aunque sean hombres libres tras cumplir su larga condena.
En la prisión y granja penal de Iwahig hay 3.186 internos que trabajan de lunes a sábado de seis de la mañana a doce del mediodía: los reclusos con uniforme beige, con delitos menores, se ocupan de la asistencia en tareas ligeras y de oficina; los de azul, con delitos más graves que incluyen asesinatos, recolectan arroz, hortalizas y pescan. Parte de la producción se destina a la dieta de los convictos y, con los ingresos de las reservas restantes, se mantiene a los reos y se gestionan los programas de reinserción. Con 26.000 hectáreas, tres veces la superficie de la ciudad de Madrid, a Iwahig se acercan hasta los turistas. La prisión, una de las seis granjas-penal del archipiélago, está enclavada entre manglares, playas paradisíacas y una tupida cordillera. Siguiendo la tradición del imperio español, los colonos estadounidenses fundaron el centro penitenciario en 1904 para deportar a 600 kilómetros de Manila a la peor calaña de las islas. Desde que se convirtió en una cárcel al aire libre, apenas una veintena de reclusos se intenta fugar cada diez años. Y la tasa de reincidencia es de apenas el 5 %. En este entorno idílico hasta el “Chapo” Guzmán podría acabar elaborando alguna de las artesanías que producen los presos o vendiendo dulces a un euro a los turistas que se acercan a la piscina natural de la prisión. Si lo agarran, recomiendo a las autoridades mexicanas el exilio del ahora prófugo en Iwahig. Castigado sin Ibiza, hasta ganas me dan de irme por una temporada.