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El conejo, personaje del año

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22 de diciembre de 2016

Me sentí conejeado por el presidente Santos. Me invitó (¿) a Cartagena a la firma del acuerdo con las Farc con asistencia de los más exquisitos egos de la aldea global, pero me barajó el viaje a Oslo a pesar de mi abyecto apoyo al proceso.

Un pajarito distinto al que le habla al presidente Maduro, me contó que en el avión presidencial el primero en subir a bordo fue la mascota del vuelo: un conejo.

Modestia aparte, habría sido de utilidad porque el periplo incluía escala en Estocolmo, ciudad donde me desenvuelvo como pez en el aire. Le habría mostrado a Santos lo que más me impactó de la capital sueca: el metro que no conocía, la nieve que tampoco, la puntualidad, menos, y días pobres de luz. Con cargo a mi pensión, lo habría invitado al cabaret Le chat noir, donde “hiperbóreas rubias”, bellas, repetidas, imposibles, se van quedando ligeras de equipaje.

Si me sentí conejeado con el viaje a Oslo cómo sería el presidente Uribe cuando su delfín le puso cuernos y mandó de paseo sus famosos huevitos-encargos una vez fue elegido.

No quiero pensar en qué trepequesubes andaríamos si Santos sigue el libreto de su exjefe, con la sensible frontera venezolana siempre alborotada, y Timochenko y sus nada alegres compadres de las Farc en permanentes juegos pirotécnicos.

El conejo revivió cuando el remendado acuerdo con las Farc derrotado en el plebiscito, cambió de escenario y fue a dar a un congreso enmermelado. Como todos los congresos de todas las legislaturas. En eso no cambiamos. Solo cambia la semántica.

En este 2016 que deshoja las últimas margaritas, Santos se puso conejo a sí mismo, cuando decidió someter a consulta popular el acuerdo.

Los duchos y hachas en intríngulis constitucionales consideran que no había sido necesario recurrir al plebiscito. Articulitos hay que le permitían ahorrarse esa instancia.

Vino lo que no se esperaba y nos volvieron flecos los del no rotundo, algo que nos tiene divididos, miti-miti, a los que habitamos este país.

Las diferencias son tan irreconciliables que el papa Francisco logró sentar a manteles en El Vaticano a los dos mayores egos de Macondo: los del presidente Santos y del senador Uribe Vélez. Se perdió la platica de la gasolina porque las partes no cedieron. Francisco les bendijo medallitas a cada uno y los despachó con sendas palmaditas en el espinazo.

Cómo será de pragmático poner conejo que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, ha empezado a incumplir sus promesas. O sea, ganó con una propuesta y, sin posesionarse, empezó a gobernar con otra. Dios lo siga iluminando.

Resumiendo: Si París bien valía una misa, la paz bien vale un conejo. (Esta columna sale del aire por unos jueves. Felices fiestas. Ahí les dejo el cuero)