El deporte nos hace mejores
Por Carla Suárez
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En el deporte de alto nivel es fundamental controlar la confianza. Saber competir cuando no la tienes y evitar la euforia cuando te acompaña. Es un equilibrio difícil de conseguir, una zona ideal que rara vez se alcanza. Las diferentes modalidades olímpicas nos ofrecieron estos días muchos ejemplos, situaciones en las que el atleta debe luchar buscando ese autocontrol. Hay quienes lo hacen rodeados de compañeros, en las siempre complicadas disciplinas de equipo, y quienes, por la naturaleza individual de su deporte, deben encontrar ese camino desde la más absoluta soledad.
Desde los nueve años he construido mi carrera deportiva en un deporte individual, con una raqueta de tenis en la mano. Es una disciplina donde alcanzar este equilibrio es todo un reto, un deporte que combina agilidad, precisión y una necesaria capacidad para olvidar lo sucedido al momento. Cada error penaliza, cada mala decisión tiene un impacto directo en tu contra. Mantener la cabeza fría sobre la pista ha sido una exigencia constante desde que tengo uso de razón.
Antes de dedicarme al tenis practiqué deportes de equipo. En estas modalidades desarrollas capacidades más complicadas de pulir en una actividad individual. Hay atributos como el compañerismo, la empatía o la comunicación que son pilares para conseguir el éxito colectivo. Si un equipo no está unido, si todos los miembros del grupo no reman en la misma dirección, el objetivo común se aleja. Pero una fuerza coral propicia otra fuerza que multiplica el potencial de sus miembros.
El deporte es una escuela de vida. La comunicación entre unos y otros, percibir cómo se encuentra tu compañero en determinados momentos es clave. Saber si necesita ayuda, enviar unas palabras de ánimo a la persona que tienes a tu lado construye un puente tan deportivo como humano. La fuerza de unas palabras bien elegidas tiene un efecto maravilloso en nosotros.
Aunque me dedico a una disciplina individual, con la salvedad de los partidos de dobles, noto esta realidad en los entrenamientos. Las sesiones en grupo pueden ser más amenas e incluso más exigentes que las individuales. El instinto competitivo hace que nos exijamos mutuamente y eso es una experiencia de vida. Si nos rodeamos de gente con talento, de personas que nos llevan a ampliar nuestros límites, lo natural es intentar superarnos. Ahí está la diferencia entre un buen deportista y un gran deportista: intentar superarte en los momentos donde nadie te ve, donde no hay una grada detrás gritando tu nombre. Una competitividad bien gestionada nos acerca a nuestra mejor versión, y eso lo aportan las disciplinas de equipo.
Es evidente que en un deporte individual te conoces mucho más a ti mismo. Eres responsable de tomar tus propias decisiones, debes resolver los problemas por tu cuenta y buscar el fruto con tu propio trabajo. No es un camino nada sencillo. Pero la satisfacción personal de saber que lo has conseguido por tus propios medios es muy gratificante. Es una de las mejores sensaciones que puede haber.
Por encima de todo, algo común a todas las disciplinas son los valores que inculcan en nosotros. El deporte es una escuela para la vida en sociedad, que nos coloca en una posición preciosa si lo afrontamos con profesionalidad. El esfuerzo diario, la superación personal o el respeto hacia los compañeros son pilares que afianzamos para el resto de nuestras vidas