Columnistas

EL DESCONTENTO SOCIAL NO ES GRATUITO

21 de febrero de 2020

La protesta social que hemos evidenciado en los últimos meses no debe llevarnos a rasgarnos las vestiduras, sino a analizarla, estudiarla y ojalá entenderla. Debemos sí diferenciarla de los actos vandálicos de desadaptados azuzados o financiados por fuerzas aún no plenamente identificadas, pero que la deslegitiman. Ella, la protesta social que nuestra Constitución acepta y garantiza, era esperable una vez el foco de la opinión pública se desplazó del conflicto armado hacia otras prioridades ocultas por décadas. Ella expresa el descontento de una significativa parte de la población colombiana con las políticas económicas, sociales y ambientales que nos rigen y el desgano con que se avanza en el cumplimiento de lo pactado en el acuerdo de paz con las Farc, como también con la poca efectividad de las políticas encaminadas a poner fin a la corrupción y al homicidio de líderes sociales.

El país ya vivió expresiones similares. Recuerdo los primeros años de la década de los 70, cuando asistí a los claustros universitarios como teniente en comisión de estudios, y presencié de cerca los desmanes de la movilización estudiantil con amplia influencia ideológica de izquierda. Fueron expresión del agotamiento de la vía soviética del comunismo (José María Rojas), y el surgimiento de expresiones maoístas y trotskistas en movimientos como la juventud patriótica (jupa) y juventud comunista (juco). Ahora que veo por televisión las nuevas expresiones de protesta, encuentro que los procedimientos son similares, pero la barbarie ha aumentado.

Insisto en el principio de causalidad (todos los elementos influyen sobre los demás y a su vez son influidos por estos). En esa época la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), se mostraba como el organismo de análisis más importante del continente, con una narrativa de cambio y hondo impacto en la población estudiantil de ciencias sociales. Fue la época en que se pregonaba el modelo denominado de “desarrollo hacia adentro” de Raul Prebish, actualizada posteriormente con el “Capitalismo Periférico” que incluía propuestas de reforma agraria, industrialización, sustitución de importaciones, y desarrollo productivo dirigido por el Estado.

Hoy la Cepal luce desfigurada y los motivos de protesta social persisten. Alicia Bárcena, su secretaria ejecutiva, opina que todas las estrategias de desarrollo implementadas en la región fracasaron o están agotadas, por resultar equivocadas o porque los gobiernos de la región no las adoptaron. En tal escenario pareciera que Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible adquiere matiz esperanzador.

La situación latinoamericana me lleva a compartir la posición de que la tesis simplista de un crecimiento económico que asegure el desarrollo es insostenible (Eduardo Gudynas). Por ello seguimos sin solucionar los problemas de formalidad del empleo, innovación, equidad e industrialización. En similar sentido se expresaron Luis Alberto Moreno y David Bojanini. El primero sostiene que es necesario replantear la fórmula tradicional de medir el desarrollo para responder al descontento social, y propone el comercio global como palanca del crecimiento. Sugiere cambiar nuestra forma de comunicación, trabajar más los temas de educación, calidad y tecnología, entender la revolución digital y analizar los indicadores de felicidad. Lo peor que nos puede pasar, dice, es que la gente se entere menos y reclame más. Bojanini opina, sobre el rol del sector privado en una situación de inequidad y desequilibrio que, si estuviéramos bien, la gente no protestaría. Y concluye: Hay algo que estamos haciendo mal.