El desencanto de las monarquías
Por Lina María Múnera G.
muneralina66@gmail.com
Veintiséis monarquías quedan en pleno siglo XXI: diez en Europa, 14 en Asia y dos en Oceanía. Algunas, adaptadas a los tiempos y a sus ciudadanos, son constitucionales, mientras que otras, sacralizadas todavía y aferradas a su condición divina, son absolutas. Todas comparten un componente común que es la continuidad de la tradición y esta trae consigo intrigas, traiciones, luchas soterradas por el poder y mucho secretismo. Una simple mirada a lo que ha ocurrido últimamente en lugares como Reino Unido, Jordania o Arabia Saudí nos haría pensar en historias de otras épocas, y sin embargo son hechos de plena actualidad.
Porque si en una familia normal siempre existen pequeños y grandes conflictos, no cuesta imaginar lo que se puede dar en aquellas que detentan un poder de alta relevancia simbólica, cultural e incluso política, y que, para más inri, viene dado de manera hereditaria. Sólo pensando en lo que ha pasado recientemente con algunos miembros de las casas reales de estos tres países se consigue una imagen un tanto perturbadora de sus entornos. Ha habido escapes, acusaciones de racismo, intentos de derrocamiento, secuestros y crímenes por encargo. Distanciamiento entre hermanos, padres que no les hablan a sus hijos, reinas que quieren imponer a sus herederos e incluso jeques que prefieren encerrar de por vida a sus hijas antes que verlas ejercer su libre albedrío.
Es lo que tiene el juego del poder. Borra los límites de la cordura y fomenta la ambición desmedida que enajena. Hace que desaparezcan los afectos fraternales y los reemplaza por una carga de intereses mezquinos donde los recuerdos compartidos como familia pierden significado. Resquebraja lo que antes era un núcleo en pos de salvaguardar una dinastía. Así una y otra vez según lo demuestra la historia. Es curioso que las monarquías sean símbolo de unión en países con divisiones internas, cuando ellas sólo pueden sobrevivir a través de su propia mitosis.
Asistimos, y lo seguiremos haciendo, al espectáculo de sus bodas, nacimientos y funerales. Como espectadores en la distancia continuaremos leyendo y escuchando con avidez estas historias de vidas que nos han descrito como casi perfectas. Cuentos de príncipes y princesas que en verdad no viven tan felices aunque coman perdices. Por más anacrónico que nos parezca, en el fondo nos apasiona saber cómo vive la realeza, tal vez para descubrir cuánto hay de mito y cuánto hay de verdad tras toda la pompa y el boato. O quizá para convencernos de que los sueños se pueden convertir en pesadillas para cualquiera. Porque lo que asusta no es su realidad, sino el cuento que quieren vender