Columnistas

El día después

28 de mayo de 2018

Los resultados electorales inundan la agenda informativa. Procesamos las noticias con la razón y los sentimientos: algunos experimentan desconcierto, otros festejan.

Lo que viene será un duelo, en todos los sentidos. Habrá pérdida, negación, enfado y, eventualmente, aceptación y adaptación. También se abre un desafío y un combate entre dos. Nunca me ha quedado claro si los duelos los ganan los más ágiles o los que hacen trampa, disparando antes de tiempo. De cualquier forma, eso de disparar no me cuadra; no obstante, sé que lo que se viene estará lleno de ráfagas y descargas.

Ahora empiezan los nuevos cálculos para ser el elegido. Ojalá fueran cálculos llenos de razones y de ejercicios limpios de persuasión. Pero serán cálculos inmundos de cómo lograr la suma de lo que sea para triunfar.

Si hasta ahora nos hemos sorprendido con algunas mañas de la política sucia – de cómo se envenena el debate público, o de cómo la distracción y la decepción engullen – lo que vendrá será un camino repleto de trampas, simulaciones y transacciones para quedarse con parte del poder.

Lo triste del recorrido de las elecciones presidenciales es que nuestra fanática comunidad política excluye a la mayoría de la ciudadanía, poniendo en escena un espectáculo hablado que pocos siguen. A golpe de promesas y de encuestas se montan seguidores que alimentan vanidades. La mayoría de las promesas de campaña no pasarán de ser anhelos fantásticos. Lo curioso del certamen es que, generalmente, se acepta que la carrera está marcada por timos y tretas; no obstante, ahí permanecemos, embelesados por aspiraciones que nunca bajarán a la tierra.

Ante la necesidad de producir cambios significativos en nuestras muy diversas comunidades, las elecciones presidenciales no han hecho nada distinto que profundizar la creencia absurda en que el eventual elegido se constituirá en poder omnipresente, con cualidades místicas de transformación que hará lo que prometió. Olvidamos que el concurso de popularidad en el que estamos sumidos desconoce las diversas manifestaciones de poder que se oponen a los anhelados cambios.

Considero importante ejercer el derecho al voto y no creo que dé lo mismo elegir a cualquier candidato; pero sí estoy convencido de que sobredimensionamos el poder del elegido. La contienda electoral favorece la confrontación personalísima, anulando el examen de las otras expresiones de poder, conformadas por élites económicas, políticas y militares (tanto visibles como subrepticias) que operan en el nivel nacional o local para asegurar que el poder público favorezca sus intereses.

Hoy es el día después de las elecciones: algunos estarán en la cima y otros en el hueco. Los excesos de la jornada tendrán a otros suspendidos en el tormento, preguntándose cuándo pasará la resaca.

Ahora, quedan dos. Sus campañas y los grupos de interés que las respaldan cuadran todo para conseguir nuevos adeptos. Los que se quedaron en la primera vuelta inventan negocios para no caer al despeñadero. La transacción de avales a cambio de ofrecimientos escondidos para saciar apetitos de poder será parte de la trama.

Aunque las elecciones se enaltecen como el indicador por excelencia de la expresión democrática del país, deberíamos tomar conciencia de que esta se juega, no tanto en las urnas, sino en el extendido tiempo en que el poder se ejerce sin control ciudadano. Triste es la expresión democrática que se limita a las manifestaciones en certámenes regidos por la propaganda y los señuelos.