El día después
Terminar el confinamiento no es volver a la vida “normal”, como se ve en los países que pasan por eso, más bien es una nueva normalidad. El hecho es que el virus estará presente todavía un buen tiempo, eso hace que la gente conviva con el miedo al contagio, y modifique su vida cotidiana. Y la cambia por la necesidad de mantener el aislamiento social, usar los tapabocas en el transporte público, eludir a la gente en la calle, desconfiar de los otros y de los objetos que puedan contagiar.
De otro lado, la salida del confinamiento es lenta. En el ámbito laboral el distanciamiento significa la continuación parcial del teletrabajo, con quehaceres que no podrán volver a funcionar en el corto plazo o solo con precauciones muy estrictas. Sin vacuna, la crisis sanitaria no se resuelve, con lo cual la preocupación por el contagio hace que se paralice el gasto de los hogares en ciertos rubros. Los consumidores no querrán acudir a los centros comerciales o los grandes espectáculos. Habrá quiebras y desempleo en el transporte, turismo, en el comercio, en bares y restaurantes, entre otros. En todas las actividades donde la relación interpersonal es fundamental.
La crisis va a actuar como un catalizador de ciertas transformaciones, al tiempo que va a cortar de tajo otras. En el caso de muchos servicios, por ejemplo, cada vez más importantes dentro de las estructuras de las economías modernas, van a perder su dinámica e iniciarán una profunda y dolorosa metamorfosis.
El gran ganador es el capitalismo digital. Ha sido el momento para las aplicaciones y algoritmos que permiten la comunicación, las transacciones, la diversión y el trabajo de mucha gente confinada. Le está dando un impulso central a la transformación de la sociedad basada en el internet. Sin vacuna, los consumidores van a querer gerenciar todo en línea, con el menor contacto posible con otras personas y lo digital se acelerará aún más.
También la industria manufacturera sufrirá profundos cambios. Se había relocalizado espacialmente en virtud de la globalización y de las cadenas de valor internacionales. La irrupción de la epidemia en China llevó a que muchas empresas de países desarrollados volvieran a casa al interrumpirse el flujo de insumos. Surgió de nuevo el temor a perder el control de la producción del bien final. Ahora es el tiempo de la relocalización y de las cadenas de valor internas.
Al avanzar la revolución digital, las empresas se van a organizar de otra forma. Habrá cada vez más relaciones de redes y menos jerarquías. En el corto plazo la robotización va a ser una salida para las empresas que tienen que respetar normas de bioseguridad. La pregunta es si será permanente.
Estos avances no están exentos de problemas; las empresas digitales son pocas pero muy poderosas, son reacias a pagar impuestos y tienen comportamientos que ponen en riesgo el derecho a la privacidad de sus usuarios. La pandemia, de otro lado, llevó al desarrollo de aplicaciones para detectar tempranamente contagios a partir de los datos de salud de las personas (y de sus contactos), mostrando otra faceta del manejo de información personal. Este, que es un fin loable, no deja de inquietar y suscitar preguntas éticas y políticas sobre la invasión de la esfera privada.