EL DILEMA DELTRANVÍA
Un tranvía desbocado avanza sin frenos por una carrilera y está a punto de atropellar a cinco obreros que están en mitad de la vía. No hay tiempo de avisarles y no se puede parar el tren, pero sí se puede mover una palanca para desviarlo hacia una vía secundaria. Allí hay otro obrero que está solo. Yo estoy junto a la carrilera y con solo tirar de una palanca puedo salvarles la vida a los cinco, pues esto hará que el tren se desvíe, pero el tren matará al obrero que está en la vía secundaria. Tengo 10 segundos para decidir. Si no hago nada, mueren cinco obreros. Si tiro de la palanca, muere uno. ¿Qué hago?
Esta es una paradoja propuesta por la filósofa inglesa Philippa Foot en uno de sus libros dedicados a estudiar la ética de Aristóteles: una encrucijada que ha provocado uno de los debates más agudos de los últimos años entre estudiosos de la ética, psicólogos, criminalistas, políticos y hasta estrategas militares. La llaman “El dilema del tranvía”.
Es la misma encrucijada que hoy enfrentan los gobernantes del mundo que tratan de contener la pandemia del coronavirus pero al mismo tiempo buscan salvar la economía de sus países.
Las respuestas al dilema han sido diversas. Algunos gobernantes optaron por tirar de la palanca y salvar a la mayoría de la población ordenando el aislamiento colectivo, como China y Corea del Sur, a pesar de las consecuencias sufridas en la economía.
El presidente de Filipinas Rodrigo Duterte no movió la palanca sino que apretó el gatillo: decretó la cuarentena total y ordenó al Ejército de su país disparar contra todo aquel que la viole.
Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, optó por no mover la palanca y “gestionar el contagio” de la enfermedad para que la población obtuviera inmunidad, aplicando una teoría llamada la “inmunidad del rebaño”. Según ella, quienes están en riesgo de infectarse pueden llegar a estar protegidos gracias a que en algún momento podrán estar rodeados de personas resistentes a la enfermedad: una política de “dejar hacer” frente al virus para lograr que la economía se mantenga incólume.
Sin embargo, los científicos le advirtieron que la “inmunidad del rebaño” solo se lograría cuando un 60 % de la población hubiera sufrido la enfermedad, lo cual quiere decir que sería necesario que unos 36 millones de personas se contagiaran y se recuperaran. ¿Pero cuántos morirían?
Johnson y su gobierno estuvieron cruzados de brazos ante la pandemia... ¡Hasta el 27 de marzo, cuando él y su ministro de sanidad dieron positivo en una prueba por coronavirus! A partir de entonces, su cinismo cedió ante el miedo a la muerte y ordenó el aislamiento colectivo. El viernes, Johnson seguía aislado porque aún tiene fiebre, a pesar de que ya ha cumplido con los siete días de confinamiento obligatorio.
En Estados Unidos, el presidente Donald Trump se negó a ordenar el aislamiento nacional para “salvar” la economía, diciendo que si fuera por los científicos, ellos cerrarían “el mundo entero”. “Si se aplican las restricciones y el confinamiento el remedio puede ser peor que la enfermedad” dijo.
En Brasil, su presidente, Jair Bolsonaro, no solo ignoró las recomendaciones del Ministerio de Salud, sino que salió a las calles a criticar las medidas de confinamiento decretadas por algunos gobernadores. “Brasil no puede parar” dijo.
La gente respondió con un ruidoso cacerolazo, que se volvió una rutina en las noches de cuarentena, según cuenta la periodista Carol Pires. En muchas favelas, el discurso animó a la gente a volver a salir. Sin embargo, la indolencia y el cinismo de Bolsonaro tuvieron una respuesta inesperada: ¡las bandas del crimen organizado decretaron un toque de queda para evitar la propagación de la epidemia! .