Columnistas

El DIM tiene un hincha menos: Aníbal

23 de julio de 2015

Si los hinchas del Poderoso DIM también van al cielo busquen allí a mi tío Aníbal Giraldo Jiménez. Nos dejó hace poco, a la temprana edad de 80 años. Digo temprana porque su madre, mamá Rosa, se abrió del parche a los 101 años, 18 hijos y un mundo de nietos.

En asuntos futbolísticos Aníbal me enseñó a pescar y me regaló el pescado. Fue el primero que me llevó a ver clásicos DIM-Nacional al Atanasio Girardot en los años cincuenta, cuando la vida era en blanco y negro, el color de la felicidad. En blanco y negro eran la televisión y la mayoría de las películas que veíamos.

Me gastaba esquimal de La Fuente en el descanso del clásico, pero respetó siempre el “libre desarrollo de mi personalidad” y me permitió ser devoto del Nacional, de quien me hice hincha para tener de quién discrepar que es tan creativo.

El domingo sacaba la semana del anonimato. El menú dominical estaba cantado: misa bien parviada, alquiler de revistas de tiras cómicas, matinal doble, intercambio de caramelos, fútbol en la tarde. Poco íbamos al estadio. Tampoco lo necesitábamos. Los locutores, cronistas con la voz, narraban los partidos con rigor de notario y alegría y vigor de recién casado. La radio era a la vez radio, televisión e internet.

El clásico del sábado pasado entre su DIM y el veeeerde fue el primero que se jugó sin Luis Aníbal, la gracia completa de este ser querido. (Antes de oír el partido por radio guardé un solitario minuto de silencio en su memoria).

Era un ser querido porque ejerció a plenitud su oficio de tío. De niños, la compañía de los buenos tíos de ambas ramas del chamizo genealógico, nos hace sentir cómodos, seguros, tranquilos, inmortales, felices. Por definición, los tíos son diez centímetros más irresponsables que los abuelos.

Su reino era una tienda que rencarnaba en bar todas las noches. La leche y los huevos daban paso al amor y al desamor expresado en tangos y boleros.

La tienda era nuestro Banco de la República personal. Aprovechábamos los descuidos para tomar monedas en préstamo. De devolver lo tomado nadie se acordaba. La tienda, como el amor, duró hasta que se acabó. Bueno, nunca se acabó porque sigue en el disco duro.

Quedaba diagonal a la cancha de la escuela José Eusebio Caro, punto de encuentro para ejercer el oficio de chinches. Los partidos de fútbol terminaban generalmente en pedreas. Perder no figuraba en los planes de nadie. Era lo que detestaba Borges: que haya ganadores o perdedores. (En los empates -como el insípido del DIM y el Nacional el sábado- siempre pierde el fútbol).

Ojalá todos los hinchas fueran como Aníbal, un “barrabuena” que me regaló el fútbol. Paz sobre su hoja de vida de hombre de bien. (www.oscardominguezgiraldo.com).