EL DULCE CANTO DE LAS MIRLAS
En plenas estribaciones de la Cordillera Central, a 2760 metros sobre el nivel del mar, donde el clima es frío y los días son largos y silenciosos porque solo se agitan cuando ladran los perros o las vacas mugen buscando a sus becerros, un joven escucha el dulce trinar de las mirlas; esto sucede a muy tempranas horas, cuando él se dedica a las labores de la ganadería e inicia su faena cotidiana en medio de las praderas y el bosque, acompañado del paisaje arrobador. Inmediatamente, hace un elocuente audio con esas melodías y me lo manda con esta nota primorosa: “El canto de las mirlas, dando gracias por un nuevo amanecer”.
El concierto es tan bello que, muy emocionado, tomo mi teléfono y le envío un mensaje con estas palabras: preciosa la melodía, ojalá todos los seres humanos fuésemos como las mirlas y, en general, como los pájaros, y a diario diésemos las gracias con nuestras tonadas y oraciones por cada nueva mañana; que le agradeciéramos al Creador por su dones, por ese regalo que son la salud y el trabajo. También, por la posibilidad de mirar el nuevo día con los ojos puestos en la distancia y poder disfrutar del verde, las montañas imponentes, los cielos estrellados, las lunas, los soles y los atardeceres llenos de arreboles. El ejemplo de los animales nos debe llevar a meditar mucho.
Y este ser humano, que tiene un buen cultivo intelectual y espiritual, no duda también en responder con juicio: ¿Y sabe qué es lo más bonito? Que la mañana de hoy fue sumamente lluviosa, fría, oscura, una de esas de las cuales casi todos los seres humanos reniegan; pero yo allí no me incluyo, a mi me encantan esos días que son así, con otro matiz, frescos, cuando los animalitos todos entonando su canción, eufóricos, le dan la bienvenida al amanecer, eso es lo más lindo todavía. Y añade –y es un mensaje para compartir con todos los lectores, en esta pálida mañana de domingo, cuando estamos urgidos de renovar nuestras almas y reencontrarnos en medio de abrazos–, parafraseando a Facundo Cabral (“No estás deprimido: estás distraído”), cuando señalaba que los seres humanos somos tan fastidiosos, tan inconformes, que nos pasamos la vida diciendo: tengo frío, tengo calor, tengo hambre, tengo sueño, tengo razón...y, en cambio, no sabemos disfrutar el poco tiempo que nos queda y no percibimos cuánto nos pueda faltar.
Por supuesto, en este difícil país que se sacude en medio de la turbulencia social y política, inundados de una tristeza que cala hasta los huesos, que se revuelca en medio del dolor y la desesperanza, de la intolerancia, etc., estas palabras sencillas y llenas de juicio, desprevenidas, provenientes de una persona sencilla, lo reivindican a uno como ser humano y lo invitan a seguir adelante. Le recuerdan que el tiempo avanza y nunca se detiene; la vida es más corta de lo que creemos y, en un solo instante, todo desaparece y se pierde en la lontananza; por ello, tengámoslo siempre presente, hoy también las mirlas gorjean y le dan la bienvenida al nuevo día y debemos aprender de ellas y de quienes las aman y se regocijan con sus recitales cotidianos.
Por eso, con ese inefable poeta que es Walt Whitman, en su “Canto de alegrías”, debemos decir: “¡Oh las voces de los animales – Oh la rapidez y equilibrio de los peces! ¡Oh encerrar en un canto la caída de las gotas de lluvia! ¡Oh encerrar la luz del sol y el movimiento de las olas en un canto!”. Amemos, pues, a la naturaleza, a la existencia, y digamos otra vez con él: “Yo creo que una hoja de hierba no es menos que el trabajo realizado por las estrellas”; y añadamos: “¡Contemplar el amanecer! La débil luz obscurece las sombras inmensas y diáfanas, el aire me sabe deliciosamente”