El enigma de la amistad
Por Lina María Múnera G.
muneralina66@gmail.com
Durante el transcurrir de la existencia, desde los primeros juegos hasta la reposada vejez, el ser humano establece relaciones más allá del ámbito familiar que le permiten conectar con otros que comparten sus mismos intereses. Sin comprender muy bien cómo, forjamos amistades que en algunos casos son circunstancialmente pasajeras, pero que en otros pueden durar toda la vida. Cada una tiene su valor y significado cuando las miramos en perspectiva, pero todas tienen en común el reconocimiento recíproco.
El deseo de entender las opiniones del otro, el encontrarnos frente a un espejo que refleja aspectos de lo que somos o el conseguir que alguien aprecie y comprenda nuestras rarezas, son algunas de las fuerzas invisibles que nos empujan a vivir eso que llamamos amistad. Y aunque no existan tantos estudios sobre ésta, como sí los hay respecto al amor, es innegable que este tipo de relaciones, en las que prima la transparencia, ayudan a vivir mejor.
Esa sensación de ser uno mismo y a la vez plenamente comprendido; esa admiración mutua y ese estímulo constante, se ven reflejados por ejemplo en el mundo intelectual a través del intercambio epistolar entre grandes pensadores. En distintas épocas, y muchas veces sin poder verse con frecuencia, cientos de creadores han desarrollado amistades en las que el intercambio de ideas nutre relaciones enriquecedoras. Porque sí es cierto que se necesita soledad para leer, escribir o pensar, pero la creatividad y el arte encuentran su sentido cuando se comparten.
El debate, el humor que no hiere, el sentirse escuchado y poder contar la propia historia, hacen parte de esta correlación que buscamos de manera innata y en la que prima la espontaneidad. John Coetzee, escritor y premio Nobel sudafricano, le decía a Paul Auster en una de sus múltiples cartas recopiladas en el libro Aquí y ahora, que “a diferencia del amor o la política, que no son nunca lo que parecen, la amistad sí es lo que parece”. Y es en esa claridad donde descansa su valor. Porque fluye sin estrategias ni apariencias. Frente al amigo no se busca mostrar nada distinto a lo que realmente se es.
Y para quienes quieran deleitarse con este tipo de afecto desde la perspectiva literaria, aquí van unas cuantas recomendaciones: 84 Charing Cross Road, de Helene Hanf, sobre una amistad que surge a partir del amor por los libros; La amiga estupenda, de Elena Ferrante, una tetralogía que habla del ascenso del fascismo y la degradación de las clases a través de la relación entre dos amigas; El último encuentro, de Sándor Márai, una historia de recuerdos, silencio y soledad desde el reencuentro de dos amigos al final de sus vidas