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EL ENOLA GAY: UN MISTERIO RESUELTO

18 de abril de 2015

En los años 80 el Smithsonian empezó a restaurar al Enola Gay, el avión que dejó caer la bomba atómica sobre Hiroshima, Japón. En ese entonces el avión ya era un desastre. A través de los años había sido desarmado, distribuido por múltiples edificios, y pájaros habían construido nidos en sus motores. Una de las torretas había sido destrozada. Las llantas estaban deterioradas y sus partes estaban corroídas después de estar al viento, sol y lluvia.

Trabajadores invirtieron aproximadamente 300.000 horas en la tarea, separando incontables pedazos y brillando su piel de aluminio hasta que el icónico bombardero B-29 Superfortress, uno de los aviones más famosos del mundo, una vez más tomó forma. Pero entre los pedazos que faltaban estaba la tapa que encaja en el timón de control donde el piloto, coronel Paul W. Tibbets, guiaba al avión. La tapa, un pedazo negro y estilizado con “B-29” y “Boeing” escrito de tal manera que tomaba la forma de la silueta de las alas de un bombardero, faltaba. Los restauradores buscaron por todo el país, y acudieron a una red de coleccionistas y aficionados a las aeronaves para encontrar una pieza antigua que la reemplazara.

¿Qué pasó con la tapa original? Parecía destinada a permanecer perdida para siempre. Recientemente, me senté ante mi clase en Boston College discutiendo el influyente libro escrito por John Hershey, “Hiroshima”, como parte de un curso que estudia historias que han cambiado la historia. En el extremo de la mesa, Katie Rich, estudiante de filosofía, parecía especialmente interesada, pero dijo poco. Después de clase se acercó y me dijo que su padre tenía un pedazo del Enola Gay.

Hace dos veranos ella le había preguntado a su padre acerca de un pequeño objeto en una caja de sombra que tenía “B-29” y “Boeing” escrito en él. Toda su vida había sido ligeramente consciente de la presencia del objeto, pero ahora tenía suficiente curiosidad para preguntarle qué era. Su padre, Robert John Rich Jr., explicó que era el centro del timón del Enola Gay. Su abuelo, le dijeron, había removido la tapa hace más de medio siglo.

¿Y cómo consiguió la familia Rich dicho artefacto? Hablé con mi papá, dijo Katie. Primero llamó a su padre para ver si estaría dispuesto a hacerlo; él lo dudó por un momento pero luego decidió revelar la historia familiar, bromeando que “no pueden enjuiciar a su padre en corte marcial 20 años después de muerto”. Como Katie, su padre había sido consciente del objeto durante su niñez, notando que desaparecía y volvía a aparecer en cajones.

Robert John Rich Sr. fue estacionado en el seco y polvoriento campo de aviación del ejército Davis-Monthan en las afueras de Tucson, Arizona, donde más de 200 C-47 y 600 B-29 habían sido reubicados para almacenamiento. Muchos estaban destinados a ser desarmados para su metal. Caminando por el “cementerio”, como llegó a ser conocido, vio un B-29 con el nombre Enola Gay pintado en letras negras en la parte delantera del fuselaje.

Tal vez imaginándose que el avión tendría un destino similar al de tantos otros, ser reducidos a chatarra, se montó a la cabina y liberó la tapa del timón, y la metió al bolsillo como un souvenir.

Robert John Rich Sr. murió en 1994 a la edad de 75 años, justo cuando el Smithsonian se estaba preparando para presentar una porción del brillante fuselaje del Enola Gay para los 50 años del fin de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy, la pieza negra del B-29 aún cuelga en la casa de la familia Rich en las afueras de Minneapolis, Minnesota, con una pequeña nota escrita en la parte trasera del marco, explicando su papel en la historia.

Robert John Rich Jr., también un excapitán de la Fuerza Aérea, entiende bien el lugar singular que ocupa el Enola Gay. Nunca lo ha visto.

¿Y qué pasa, pregunto yo, si el Smithsonian lo contacta y le pregunta si estaría dispuesto a permitir que la pieza sea reunificada con el avión? “Creo que ese es el lugar correcto para ella”, dijo, “sería bueno darles la pieza y que a cambio me den una diferente”. Katie está de acuerdo. “Me encanta esa idea”.

“Es una historia maravillosa”, dice Peter Jakab, curador del Museo Nacional del Aire y el Espacio. “Es grandioso cuando reaparecen las cosas que uno pensaba que estaban perdidas”.

Una vez se verifique la procedencia del objeto, es probable que el museo le dé la bienvenida aunque un intercambio no es algo que el museo normalmente hace. “No estoy diciendo que nunca suceda”, dice, al parecer dejando la puerta ligeramente abierta.