El Espíritu Santo
Me encantan las personas que miran con espíritu, que escuchan con espíritu, que hablan con espíritu, y más aún, que caminan y trabajan con espíritu. Como la palabra espíritu es de contornos indefinidos, me resulta difícil determinar su significado, sobre todo en la vida cotidiana.
Para mí, espíritu es gusto, donaire, alegría, entusiasmo, confianza, fortaleza. Estas palabras, aplicadas al espíritu, me dicen mucho y poco a la vez. Con todo, me intereso en vivir y trabajar con espíritu y así contagiar espíritu a otros para que vivan y trabajen con espíritu.
S. Juan de la Cruz escribió unos versos llenos de espíritu. “El aspirar del aire, / el canto de la dulce filomena, / el soto y su donaire / en la noche serena, / con llama que consume y no da pena”. Cuanto más leo estos versos más crecen el asombro y el entusiasmo en mí, y me digo, eso es el espíritu. Además, cuando digo espíritu, siento que digo mucho más que cuando digo asombro o entusiasmo.
Para el poeta místico, el aspirar del aire es una habilidad que Dios da al alma en la comunicación del Espíritu Santo, que con su aspiración divina “muy subidamente levanta el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo”.
Al entender la cultura como modo de relación consigo mismo, con los demás, con el cosmos y con Dios, las palabras relación y modo adquieren importancia inmensa, y más si admitimos que la cultura es el hombre, y que todo lo humano es cultura.
Las palabras modo y relación indican lo que es común a todo cuanto existe. La piedra, la planta, el animal, el hombre y hasta Dios existimos en relación, pues sin relación no existe nada, porque la relación es el fundamento de todo.
Relación es esa corriente de secreta simpatía que une las partes con el todo, y es, no propiamente una cosa, sino el Espíritu Santo. Y lo mismo pasa con el modo, que es estilo, sello, talante, donaire, personalidad, y que existe un modo de los modos, el amor, que es también el Espíritu Santo.
De ahí que todo ser humano que se interesa en cultivar su relación de amor consigo mismo, con los demás, con el cosmos y con Dios, es hombre culto por excelencia, y actúa así como instrumento del Espíritu Santo, aun sin darse cuenta, en lo cual consiste la espiritualidad.