Columnistas

El éxito tiene un costo

02 de mayo de 2016

El éxito, como la felicidad, es algo que todos anhelamos. Triunfar es una experiencia gratificante y es natural que nos agraden los reconocimientos, la admiración y el sentimiento de superioridad que conlleva el éxito.

Pero si se persigue el éxito, ante todo por el gusto de sobresalir, este puede tener un costo muy alto. Cuenta una historia que alguna vez dos barcos cargueros se encontraron en su travesía y sus capitanes decidieron apostar a ver cuál llegaría primero al puerto de destino. Uno de ellos, cuyo barco de vapor se dedicaba a cargar madera, decidió aligerar su peso y acelerar su marcha utilizando la carga como combustible. Y así ganó la carrera. Pero el precio de su triunfo fue el sacrificio de aquello para lo cual navegaba.

Hay una gran diferencia entre tener éxito y hacer que nuestra vida sea un éxito. Lo primero implica ganar buen dinero y sobresalir por sus logros. Pero hacer que nuestra vida sea un éxito implica esforzarnos por aportar lo mejor de nosotros mismos a este mundo y a nuestro propio hogar.

Con cierta frecuencia, los padres le dedicamos tantos esfuerzos a ganar fama o dinero que pasamos por la vida de los hijos sin dejar en ellos las huellas de nuestro amor. La mayor parte de lo que los hijos necesitan no se puede comprar con dinero. Ellos necesitan hogares donde los acojamos sus padres, no terceros contratados para cuidarlos. Necesitan la atención, la seguridad, la aceptación y el cariño que les hace saber que son las personas más importantes de nuestra vida y esto no es lo que les comunicamos cuando estamos mucho tiempo ausentes. A decir verdad, lo más importante para los hijos tampoco son los éxitos que logremos sus padres, sino el precio que ellos tengan que pagar por estos.

Hoy más que nunca, la ambición nos ha llevado a perseguir el éxito a cualquier precio y la vida gira alrededor de todo lo que haga posible lograrlo. En ese proceso nos estamos olvidando que lo importante no es cuánto ganamos sino cuánto contribuimos en nuestro paso por el mundo. El verdadero éxito no lo determina el dinero o la fama que cosechemos sino lo que aportamos a la sociedad cuando formamos unos hijos llenos de entusiasmo y amor por la vida, gracias a que han recibido el cuidado y la consagración personal de sus padres.