Columnistas

El hombre ameba

06 de noviembre de 2018

La comunicación hablada es una de las escasas condiciones humanas que nos separa de las bestias. Como seguro sabrán, venimos de la ameba. Desde este organismo unicelular, hace 700 millones de años, arrancó la cadena evolutiva. De hecho, compartimos más mecanismos con una ameba de los que nos diferencian de ella. Algunos, incluso, en particular políticos, se pasan la vida tratando de regresar a ese pasado gelatinoso.

Nuestra especie tiene apenas un 50 % más de genes que un gusano y somos iguales 99 % a un ratón común.

El parecido es tal, que a finales del periodo Cretácico, según los estudios, los ratones y los humanos eran la misma cosa: un mamífero primitivo bastante parecido a un roedor. Los dos linajes se separaron hace 75 millones de años y mientras uno sufría pocas modificaciones y daba lugar a los actuales ratones, el otro dio origen a los primates.

Llegados a este punto, erguidos ya sobre dos patas, al ser humano se le ocurrió utilizar la lengua para algo más que masticar y gruñir. Nació el lenguaje y nuestro cerebro fue codificando y adaptándose a una de las cualidades más valiosas que poseemos.

Por desventura, nuestra afición a meternos en líos nos condenó a vivir en una Torre de Babel lingüística, si hacemos caso de las viejas tradiciones bíblicas, que convirtió este mundo nuestro en un desmadre donde en un mismo país se hablan cuatro luengas, como en el caso de España, por poner un ejemplo, algunas tan complejas como el vasco, cuyo origen se pierde en el principio de los tiempos.

Desde esta Torre de Babel, el hombre ha tratado siempre de hallar una lengua franca para unificar este libertinaje. Primero fue el latín, gracias a la expansión del Imperio Romano. Luego el español, de la mano de la Conquista de las Indias y de parte del Pacífico, donde aún se habla en Filipinas con sus peculiaridades. Hoy, tras los pasados tiempos del imperio británico, el inglés se impone desde hace un siglo ya como idioma universal. Pero no es el único que pugna por ese privilegio.

Viene esto a cuento de un reciente estudio sobre el grado de conocimiento del inglés por países, en el que ni Colombia (en la cola de la lista) ni España (en la parte media-baja, mejor al menos que Francia e Italia) salen bien paradas.

Está demostrado que quienes dominan el inglés logran mejores puestos de trabajo y mayores remuneraciones por la misma plaza. Sólo eso debería motivarnos a cultivar más nuestros conocimientos en el inglés y otros idiomas.

He pasado media vida estudiando la lengua de Shakespeare con más pena que gloria y viviendo entre nativos de bombín y paraguas, creyendo que este era el mejor método, por ósmosis, para aprenderla. No desisto, pero a estas alturas caigo en la cuenta de que no existe ningún estudio tan sesudo para determinar el conocimiento del español en el resto del mundo. Y créanme que hoy en día, sin el español no va usted a ningún lado. Valga como ejemplo el tránsito que hice hace unos días por el aeropuerto de Miami. Casi no escuché hablar en inglés entre los funcionarios y trabajadores del aeródromo, el 80 % de ellos de origen hispano.

La fuerza de los latinos en todo el mundo, en particular en EE. UU., unido al empuje de los jóvenes españoles por el resto de Europa, está acortando la brecha con el inglés. Desde la música a los medios de comunicación, el español se ha convertido en la lengua de moda. Quisiera saber cuántos estadounidenses, canadienses, británicos (ya les digo que muy pocos), surafricanos y australianos la dominan más allá de las cuatro palabritas de marras. A saber: fiesta, sangría, toros y siesta. Más les vale ponerse las pilas porque el tirón hispano es de tal magnitud que a algunos les va a pillar descolocados. Otros, como los imberbes hooligans ingleses que aún vienen de borrachera a España con un sombrero mejicano en la cabeza, acabarán convertidos en amebas. Al tiempo.