El laberinto europeo
Europa necesita redibujarse pero no sabe cómo. La golpean por tres flancos y mientras atiende uno, el otro se le sale de madre. Se desangra por lo económico, con una crisis que da tregua a medias; teme por su seguridad, mientras la amenaza del terrorismo palpita sin descanso a su espalda; y en lo social, es incapaz de resolver el problema migratorio porque a sus líderes les cuesta entender que, para este problema, no hay solución sin sacrificio.
El continente camina a oscuras. La Unión, alabada como utopía a finales del siglo pasado, ha sido incapaz de plantear modelos conjuntos para afrontar estos retos contemporáneos, y parece resquebrajarse en medio de gritos de críticas y autonomías.
Si bien la economía tambalea y el terrorismo, con su espectáculo de pirotecnia y sangre, obtiene la mayoría de titulares; el gran reto social es el rompecabezas migratorio. Las recetas de antaño no funcionan y mientras se buscan alternativas el problema crece exponencialmente. Se llenan los refugios, se cercan las playas, se ahogan las familias que viajan por millares en barcos que fueron pensados como pesqueros. Para completar el cuadro de la desgracia, el comportamiento agresivo de algunos refugiados terminó por mancharlos a todos con la cruz de los indeseables.
La respuesta es disímil. Mientras Polonia y Hungría cierran sus fronteras, Dinamarca aprueba leyes que permiten la confiscación de bienes de los refugiados. Austria, rebelde a aprobar planes conjuntos, prefiere utilizar buses para sacar de su territorio a los recién llegados.
Incluso Alemania, que había tenido un discurso aperturista, se replantea su oferta porque el plan de acogida de Ángela Merkel tuvo un masivo efecto llamada. Decenas de miles de inmigrantes pretendieron apretar esa mano tendida y ahora no hay espacio para tanta gente. La Canciller pasó de los aplausos internacionales por su discurso caritativo a los abucheos nacionales por lo que interpretan como falta de previsión e irresponsabilidad.
Europa se enfrenta hoy al mayor reto desde que decidió asociarse tanto en lo territorial como en lo político y, en medio de la turbulencia, la xenofobia sube el tono de su voz y gana adeptos. Es el peor de los panoramas para un continente que aumenta sus fracturas y parece abandonar las propuestas de alianza para abrazar los nacionalismos trasnochados.