EL LADO OSCURO DE LA TRANSICIÓN
El anuncio de Biden de un plan por la transición verde, el retorno de los Estados Unidos al Acuerdo de París, así como el propósito de Boris Jonhson de que el Reino Unido llegue a la neutralidad de carbono en 2050, junto con otros avances en la Unión Europa, son señales de un fortalecimiento del compromiso por la transición energética.
Pero quién lo creyera, la anhelada transición a un mundo con menos emisiones de carbono tiene un costo ambiental importante. Los ejemplos más impactantes se encuentran en la pujante energía eólica. Por los objetivos ambiciosos para limitar el uso de combustibles fósiles y el abaratamiento de la producción de turbinas, la capacidad mundial para producir esa energía creció en promedio 10 % al año en el decenio anterior.
El problema con el crecimiento eólico es que ha puesto a prueba toda la cadena de aprovisionamiento del sector. Las primeras víctimas se encuentran acá cerca en el Ecuador: los bosques de balso. Estos aseguran el 95 % de la producción mundial de esa madera y han sido devastados para producir las palas de las turbinas eólicas.
Hay que tener en cuenta el cambio tecnológico en la producción de esas palas que llevó a un incremento sustancial en la demanda. En los años ochenta en el siglo pasado las palas eólicas eran de 15 metros y hoy las que se usan en las turbinas costa afuera alcanzan los 100 metros o más. El punto es que con palas más largas se necesita más balso, lo cual ha hecho que productoras importantes de las turbinas adquieran bosques completos de balso.
Además del balso, las turbinas eólicas utilizan profusamente imanes para su funcionamiento. Las inmensas maquinas tienen en su interior una góndola que contiene todos los componentes necesarios para producir electricidad, entre ellos un gran imán. Los imanes que se usan para producir la energía eólica están compuestos, en una buena proporción, por materiales extraños que llevan nombres como el neodimio o el disprosio, las llamadas tierras raras. Estas últimas se utilizan por su elevada fuerza magnética, lo que las hace útiles también para la construcción de paneles solares, baterías recargables, bombillas de larga duración y motores de los automóviles eléctricos.
En realidad, las tierras raras son abundantes, pero se encuentran dispersas por toda la corteza terrestre en cantidades muy pequeñas. Esto hace que para extraerlas sea necesario cavar profundamente en el terreno para poder acopiar una cantidad suficiente de material. Como ilustración se puede mencionar que para obtener un kilo de galio (utilizado en las bombillas de bajo consumo de energía) se requiere excavar 50 toneladas de roca.
También puede ser importante el impacto ambiental de dos de los metales insignias de la transición energética, el níquel y el cobre. El último, en especial, está presente en muchas de las tecnologías que son la base de la transición (turbinas eólicas, paneles solares, entre otras). Sin embargo, como en las tierras raras, la extracción de estos metales puede ser ambientalmente perjudicial, si no se hace de forma apropiada. De ahí la necesidad de reciclar y de extraer con el menor impacto posible.
Al final, la transición energética no resulta tan limpia y hay que mitigar el costo ambiental que tiene a pesar de su inmenso beneficio