Columnistas

El malo de hoy es... ¡el carro!

24 de abril de 2018

Necesitamos enemigos. La pirotecnia constante en que se ha convertido la política debe alimentarse de Némesis a las que combatir de cuando en cuando. Como en los cómics de superhéroes, se trata de pequeñas batallas que nos permiten lavar nuestras conciencias y salvar al mundo durante 24 horas aunque un día después el antihéroe siga vivito y coleando. Ayer mismo vivimos uno de estos asaltos globales. En este caso, los vehículos de motor fueron la hidra a descabezar, la kriptonita capaz de acabar con todos nosotros.

En el Valle de Aburrá se celebra el día sin carro y moto. Pero con muchas excepciones. Hoy, todos ustedes ya pueden disfrutar de los maravillosos atascos kilométricos que nos regalan nuestras autoridades, incapaces de regular algo tan sencillo. ¿Cómo? Evitando, por ejemplo, que todas las actividades laborales arranquen y concluyan a la misma hora.

Pero ese es otro asunto.

Lo interesante del día es que a alguien se le ha metido en la sesera que las ciudades sin coches están mejor. El problema es que quienes defienden esas tesis, quizá con razón, no quieren renunciar a todos los impuestos que se recaudan gracias al trasiego diario de millones de vehículos, desde los combustibles hasta la venta de los mismos, la matriculación, los seguros, las tasas de circulación, las multas y demás zarandajas. Un quiero y no puedo que pagamos, como siempre, los contribuyentes. Los conductores, en este caso.

Me parece genial que reduzcamos la contaminación que generan los autos y las motos en nuestras ciudades, causantes de unos tres millones de muertes al año en todo el mundo, según los datos que maneja al Organización Mundial de la Salud. Pero habría que limitar también el tráfico aéreo, por poner un ejemplo, cuya contaminación, también acústica, es igualmente nociva para nuestra salud. Y, en cualquier caso, por cada día en que se prohíbe circular a un vehículo, las autoridades deberían devolver la parte correspondiente al impuesto que la mayoría de ciudadanos de todo el mundo pagamos por utilizar las calles.

Hay en Madrid una alcaldesa muy, pero muy de izquierdas a la que este otoño se le ocurrió restringir el tráfico por el centro de la ciudad durante varios días aduciendo alta contaminación. Sin embargo, no solo se permitió esos días circular a los más de 17.000 taxis que hay en la ciudad y a los 5.000 Uber y Cabify adicionales sino que el consistorio no me ha devengado ni un euro por las tasas que le he pagado con antelación para poder circular. Un derecho que no pude ejercer esos días. Otro atraco más.

Particularmente, me da lo mismo que peatonalicen todas las ciudades. Pero que sea para todos, políticos incluidos. Si los carros son el problema, acabemos con ellos y pasémonos a otros medios de transporte urbano más sostenibles y saludables. ¿Estamos preparados? Lo dudo.

Pedalear en bicicleta por las calles de Londres es una actividad peligrosa. Hacerlo entre el tráfico de Madrid resulta una temeridad, pese a que, como la metrópoli inglesa, hay carriles-bici por doquier y centenares de puntos donde alquilarlas, en este caso con la ventaja de que disponen de un pequeño motor eléctrico para ayudarnos en las cuestas madrileñas, inexistentes en la llana capital británica.

Sin embargo, utilizar la bicicleta en Medellín o en cualquier otra gran ciudad colombiana es simplemente un suicidio. No solo por los miles de kamikazes al volante que cada día queman goma en el asfalto sino por los riesgos de sufrir asaltos en cada esquina.

Déjense ya de “días sin” y pónganse a la tarea. Menos fuegos de artificio y más política de altura. O seguiremos ahogándonos mientras cuatro inútiles a nuestro cargo se hacen la foto en bici una vez al año.