EL MIEDO A SER INDEPENDIENTE
Prima un sentido pragmático. ¿Por qué resulta más cómodo y menos arriesgado para un intelectual abstenerse de pensar con ideas propias y matricularse en la corriente de moda? La izquierda y la derecha, esas dos perversiones aprisionadas en la celda oscura de la ideología, que proscribieron Isaiah Berlin y Norberto Bobbio, son opciones respetables si nacen de la convicción. Pero no deberían aceptarse, por elemental honradez, cuando se acogen por conveniencia ocasional, por mediocridad y pereza de poner a funcionar la sindéresis, por falta de información y criterio. Y por miedo.
Eso viene pasando en el ecosistema universitario contemporáneo. El justo medio, la capacidad de afrontar las incomprensiones y las sindicaciones inquisitoriales de la derecha y de la izquierda, carece de buena prensa. Ni la verdad ni la justicia están en el centro, de acuerdo con el facilismo simplista de la militancia forzada. Estar en la izquierda o en la derecha produce popularidad o impopularidad, simpatías o enemistades, pero, en todo caso y sin falta, el resultado de sostener un nombre y un sitio en el qué dirán, para bien o para mal. Sandor Marai comprendió que pensaba con voz propia cuando descendía el número de sus lectores, no despertaba comentarios ni favorables ni adversos, no punteaba en el ranquin de los pensadores y articulistas de su tiempo, como lo declara en sus “Confesiones de un burgués”.
Pensar con voz propia tiene el inconveniente de distanciar, más todavía en una sociedad subdesarrollada en materia de cultura de la discordancia, como la que juzgamos nuestra. Todo aquel que tenga la entereza de elegir la independencia y no dejarse tentar por los de un lado ni por los del otro, se gana detractores, enemigos encarnizados, ninguneos, exclusiones de Facebook y de las reuniones de amigos o de colegas. Que es un godo cavernario, dicen los de la izquierda. Que es un progre comunistoide, señalan los de la derecha. No hay modo de sacarlos del error.
Confío en no equivocarme, cuando leo al Vargas Llosa ensayista como a un pensador capaz de pensar con ideas y voz propias. En un seminario en El Escorial sobre García Márquez fue serio al reconocer los merecimientos del escritor colombiano, sin ahondar en la vieja enemistad recíproca. Se limitó a recordar cómo él dejó de creer en la revolución cubana, en tanto que nuestro Nobel aplicó su “sentido práctico de la vida”, porque “sabía que era mejor estar con Cuba que contra Cuba y así se libró del baño de mugre que cayó sobre los que fuimos críticos con la evolución de la revolución hacia el comunismo desde sus primeras posiciones, que eran más socialistas y liberales”. Se pierden amigos, pero se conserva al mejor, que es uno mismo.