Columnistas

El mundo sin bichos

03 de septiembre de 2019

Por Antonio Ortuño

El escenario es apocalíptico. Arde la Amazonia y se pierden miles de hectáreas de cobertura natural, perecen animales por cientos y muchos más pierden su hábitat. Se colapsan los glaciares (en Islandia acaban de hacerle una ceremonia funeraria al primero que se derrite completamente) pero los politicastros continúan negando el cambio climático o cruzándose de brazos ante él.

Se extinguen especies en la total oscuridad debido a la sobreexplotación y la caza. La revista Biological Conservation, en su número de abril, publica un dato estremecedor: también los insectos van de salida. Cada año desaparecen de la faz del planeta alrededor del 2,5 % de ellos. Es decir, que aunque en este momento la población de bichos excede notoriamente a la de humanos, el ritmo de disminución es tal que en cien años podrían haberse esfumado todos.

Quizá algún ingenuo piense que es una ventaja el hecho de que los insectos desaparezcan. Después de todo, las enfermedades transmitidas por los mosquitos son responsables de miles de muertos cada año y a nadie le gusta que lo revoloteen las moscas. Pero no. El problema va mucho más allá. Se ha hablado ya de la alarmante disminución en las poblaciones de abejas y del impacto que tiene esa caída en la polinización de la flora silvestre y los cultivos. Pues también mariposas, escarabajos, polillas y libélulas, entre otros, están en riesgo mortal inmediato. Y su merma deja sin alimento a pájaros, reptiles, batracios. Así que sus poblaciones caen también. Y los millones y millones de toneladas de detritos orgánicos de las que los bichos se alimentan se quedan allí, contaminando la tierra, al aire y el agua. Y entonces... La naturaleza, en fin, está interconectada de tantos modos que basta descolocar una pieza para que las otras se resientan y se descoloquen también.

Y no nos engañemos: los insectos no están desapareciendo por casualidad. La culpa es, para variar, directamente de los humanos. El uso masivo e indiscriminado de pesticidas por parte de la industria agropecuaria es el primer responsable (la potencia de los insecticidas es tal que esterilizan incluso las áreas naturales protegidas que colindan con los campos donde se les aplica). Pero la degradación y desaparición de los ecosistemas naturales, debido a la industria de alimentos y a la urbanización exprés, así como el ya citado cambio climático también pesan, según la opinión de los expertos.

Por si fuera poco, las estadísticas podrían ser peores aún. Los datos disponibles corresponden en su mayoría a Europa y América del Norte, puesto que allí se realizan mediciones continuas y precisas. No sería remoto que los cálculos pudieran empeorar si existieran informes igual de confiables para el resto del mundo. El escenario es apocalíptico. Pero no parece haber ninguna clase de respuesta humana en camino. Y quizá cuando abramos los ojos, el mundo natural ya no estará allí.