Columnistas

El olor a pescado muerto

26 de enero de 2019

El acto terrorista que el Eln cometió en contra de la Escuela de Cadetes en Bogotá es un acto criminal perverso, como lo es cualquier idea que siga justificando al asesinato. Esto vale para el Eln, en el caso del carro bomba que segó la vida a más de veinte personas, y vale para quienes siguen asesinando a líderes sociales y defensores de derechos humanos.

Deberíamos también reflexionar sobre el hecho de que en Colombia un acto terrorista como el realizado por el Eln no logra unir a todo un país en contra de la violencia, sino que se convierte en una oportunidad para desatar una violencia verbal en las redes sociales, que polariza y divide aún más el país. Podríamos decir que es también perversa la actitud de líderes políticos y corrientes ideológicas que se aprovechan de un acto abominable para alimentar una lógica de la confrontación y la fragmentación de un pueblo. Al fin y al cabo, la lógica de la violencia verbal no es distinta a aquella de quienes asesinan. Ambas son perversas. La primera, además, favorece un clima para que la segunda se dé.

Es como si Colombia siguiera estando secuestrada por una narrativa justificadora de la violencia y de la exclusión, que hace al país incapaz de tolerar la diversidad y desarrollar lenguajes y prácticas no violentas. La violencia es lo conocido y lo cómodo. La no violencia y la paz crean ansias e incomodidades.

Hay una antigua historia hindú que nos puede dar luz y ayudar a reflexionar sobre el momento que vive el país. Una vendedora de flores y una de pescado eran amigas y cada día iban juntas al mercado. Una noche, de regreso al pueblo, comenzó a llover fuertemente. La vendedora de pescado tuvo que quedarse en la casa de la vendedora de flores. En medio de la noche, el fuerte aroma de los jazmines frescos llenó la habitación. El olor era tan intenso que despertó a la vendedora de pescado. Cuando ella se dio cuenta que la causa de su insomnio era el aroma de las flores, se dirigió a su cesta de pescado y durmió cerca de ella. Ella estaba conforme con el olor del pescado muerto y la incomodaba el aroma de las flores frescas.

No solamente nosotros como individuos llevamos diferentes canastas de pescados atadas a nuestros seres, lo hacen también los cuerpos sociales, como lo puede ser un país entero. Todos sabemos que muy pocas cosas huelen peor que los peces muertos y también sabemos cómo huele el jazmín. Todavía no queremos deshacernos de nuestras cestas de pescado muerto. Hay hábitos, prácticas, modos de sentir y de pensar que se han vuelto costumbre. El aroma del jazmín es nuevo, y en algunos casos hasta desconocido, a tal punto que incomoda, porque nos saca de lo habitual, de lo conocido. El desafío para Colombia es dejar que la violencia sea una zona de confort. Para lograr esto se necesitan, en todos los sectores de la sociedad, nuevos líderes que se dediquen a una transformación cultural.