Columnistas

El Papa, los obispos y las víctimas en Chile

30 de mayo de 2018

La Iglesia católica en Chile está pasando quizás por uno de los momentos más difíciles de su historia. El caso de abusos sexuales de parte del sacerdote Fernando Karadima ha abierto una honda herida en la fe de este país y ha quebrantado, no sin razón, la confianza de muchos fieles.

El Papa ha dado una muestra en las pasadas semanas de su política de “tolerancia cero” con estos casos. Ha buscado enmendar la “metida de pata” que tuvo en su viaje a Chile el pasado mes de enero cuando dijo que no había ninguna prueba contra el Obispo Barros – seguidor de Karadima y denunciado por encubrimiento- y que todo era “una calumnia”. Ha dedicado espacios generosos en su agenda para reunirse, primero con las víctimas dándoles así un gesto de humildad, acogida, petición de perdón y luego con los obispos haciéndoles un fuerte llamado de atención para que atiendan con justicia y caridad estos casos.

Las víctimas, después de la reunión con el Papa ofrecieron una conferencia de prensa en la que dieron su testimonio: “Me mataron de nuevo cuando fui a pedirles ayuda (en Chile), cuando estaba muriendo dentro y ellos hicieron todo para matarme una segunda vez”, dijo James Hamilton, refiriéndose a la evasiva e injusta respuesta de la Iglesia en Chile en el momento en que él presentó su denuncia. Sin embargo, los tres hombres que se reunieron con el Papa, en una declaración conjunta aseguraron que “en estos días conocimos un rostro amigable de la Iglesia, totalmente diferente al que conocíamos antes”. También quedaron sorprendidos de cómo el Papa “reconoció que se equivocó y ese es el signo de que no es un hombre infalible. Nos encontramos ante un ser humano”.

Los obispos de Chile han tenido también un gesto histórico al poner sus cargos a disposición del Papa, como consecuencia de sus negligencias a la hora de manejar estos casos. Un hecho sin precedentes en la historia de la Iglesia. El Papa les dijo cómo la Iglesia se pervierte cuando deja de mirar a Cristo y se mira a sí misma buscando cerrarse en grupúsculos que se creen superiores a los demás, en élites de poder, buscando proteger la imagen de una institución por encima de la escucha y atención a las víctimas a quienes en su momento simplemente consideraron como calumniadores y en cuyas denuncias no creyeron.

Nada podrá devolver el tiempo y recobrar la inocencia de las víctimas que pusieron su confianza en un sacerdote que gozaba de prestigio y credibilidad en la Iglesia en Chile y que resultó siendo el autor de crímenes que destruyen vidas, quitan la confianza y arrasan con la fe.

La Iglesia en este país ha iniciado un camino de purificación que quizás tome años, de auto examinación en la que está descubriendo que lo importante es acoger a las víctimas, escucharlas y pedirles perdón en lugar de tener la ligera reacción de tildarlas como enemigas de la Iglesia.

Ojalá esto sirva como modelo para otras diócesis latinoamericanas que padecen de la misma plaga y que recién comienzan a despertar de este aletargamiento. Como dijeron las víctimas del padre Karadima en su declaración final: “Esperamos que el Papa transforme en acciones ejemplares y ejemplificadoras sus cariñosas palabras de perdón. De no ser así, todo esto será letra muerta”.