El paro ha sido un error garrafal
La noticia más celebrada por los estudiantes en cualquier institución educativa ha sido siempre la de que no hay clases. Por eso la notificación de paro ha sido recibida como una fiesta, una invitación al ocio, una alteración súbita de la rigidez del trabajo académico. Los promotores de cualquier parálisis académica saben aprovechar la mentalidad adolescente y que sólo algunos estudiantes excepcionales se resisten a la decisión de romper la disciplina y capar clases. Los esquiroles siempre han sido impopulares, a menos que en determinadas circunstancias dejen de ser minoritarios y no se expongan a ser tratados como acusetas panderetas, sapos o lambones.
Pero cuántos paros inútiles, cuántas pérdidas irreparables de tiempo y recursos, cuánto desgaste estéril del potencial formativo y transformador de las universidades, al amparo de la rebeldía juvenil sin causa convertida en instrumento de perturbación innecesaria y contraproducente. Todos los que hemos sido estudiantes cometimos alguna vez esa falta de parar porque sí, que más tarde hemos reconocido como atentatoria contra los intereses de la educación.
Sostengo que el progreso es la obra de los descontentos, que el conformismo es una enfermedad tremenda, que la indiferencia y el vacío de crítica son inadmisibles en la clase intelectual. La protesta legítima debe expresarse para que no se perpetúe el estado de cosas. En el caso del presupuesto para la educación superior como derecho inalienable y servicio público primordial, el mismo gobierno ha corrido a proponer correctivos billonarios. La reclamación de reformas a la ley vigente es justa y oportuna.
Es razonable ampliar el espectro de la discusión, para tratar no sólo del dinero sino también de los propósitos y fines de la educación superior, del uso de nuevas tecnologías y la virtualidad, del impacto de la Cuarta Revolución Industrial y la inteligencia artificial y demás.
Sería inconcebible si a la protesta universitaria no se le insuflara una dosis conveniente de racionalidad, para admitir que el paro ha sido un método erróneo, que ha causado victorias pírricas por la derrota del equilibrio, de la disciplina, del rigor indispensable para avanzar en la búsqueda del saber.
De las consecuencias “presupuestales, financieras, sociales, políticas y administrativas” (agrego las éticas y morales) ha alertado en forma sensata la dirección de la Universidad Nacional en un comunicado. ¿Por qué esa baja calificación que nos aplican a los universitarios colombianos en el resto del mundo? El daño de los paros en más de medio siglo es un lastre que ha frenado el avance de la cultura universitaria.
Cualquier indagación ha de llevar a concluir que al sumar semestres de inacción y multiplicarlos por el número de estudiantes en vacancia forzosa la cantidad de dinero dilapidada resultará exorbitante. No hay presupuesto que tape semejante hueco.