El perdedor del mejor de los mundos
Señor Humberto De la Calle:
Ignoro cuántos políticos en Colombia, entre quienes hayan participado en procesos electorales, pueden decir que cada voto obtenido en las urnas le pertenece. En su caso, ni una sola de las 399.180 equis sobre su foto en el tarjetón se las debe a alguien o algo distinto a usted y su obra.
Günter Wallraff, famoso por sus trabajos de periodismo de inmersión, descendió al inframundo del inmigrante y renunció a los privilegios de su nacionalidad alemana para comprobar cómo, en un país que se precia de haber superado la Segunda Guerra Mundial, aún persisten el racismo, la xenofobia, la exclusión. El resultado es un texto inolvidable: “Con los perdedores del mejor de los mundos”.
Como Wallraff, usted renunció al mejor de los mundos: a su familia, al poder político y social –independientemente de los errores que allí haya cometido–, al prestigio de los cargos que lo precedían, para sentarse a dialogar con el Secretariado de las Farc y enaltecer la máxima de John F. Kennedy: “Jamás negociemos con miedo, pero jamás temamos negociar”.
Desde que fue constituyente no ha claudicado en defender el espíritu liberal, aquel que hoy parece tinta muerta en los libros. Nunca trató de dividir ni siquiera en los momentos más álgidos de los debates presidenciales. Con obstinación ha insistido en la palabra, sin reaccionar, sin ceder a la tentación –tan latina, tan fácil– de ser el “más macho”.
Gracias por intuir que los jóvenes lo están observando: cada una de sus acciones les ha permitido entender que ni la popularidad ni el temor a la desaprobación están por encima de los principios. La paz es más que un mandato constitucional: es un fin superior. Las próximas generaciones repetirán como una retahíla el nombre del presidente 2018-2022; pero contarán la historia del hombre que consiguió desarmar a la guerrilla más antigua de América Latina, quien construyó (con Sergio Jaramillo) una paz que sin ser perfecta salvó miles de vidas. Sabrán ampararse bajo el árbol con la sombra más generosa.
Le agradezco por ejercer la política como un acto de resistencia desde las ciudades, donde las luchas campesinas, históricas, han sido invisibilizadas. Y por negarse a repetir las narrativas de venganza.
La Historia es caprichosa.
Ni la bendición en un altar significa la grandeza de un amor; ni el bautizo un buen nombre. El Nobel de Literatura nunca fue para Jorge Luis Borges, ni el Balón de Oro para Gianluigi Buffon: ¡usted tapó más goles que él! (Primera vuelta, año 2010: 170 mesas de votación trasladadas por amenazas de orden público. Año 2018: 45 mesas trasladadas por riesgo climático. Ni un solo ataque guerrillero).
En esta tierra de bravucones, el poder del diálogo no despierta aplausos, escarbar hasta encontrar lo mejor en cada ser humano no dispara las encuestas.
No será presidente de la República porque su lugar es otro, más ilustre. Memorable.
Mi país, mal amado, sí se merece a un hombre como usted. La dignidad y entereza que demanda defender la libertad propia y ajena, son silenciosas. Las reconoce la Gran Historia, nunca la coyuntura.
No está solo, ni siquiera cuando deje de estar.
¡Siempre gracias, señor De la Calle!.