El pervertido
“El precio de una mujer en USA es muy alto. Entonces hay dos opciones: morir de hambre sin probarla o tener una experiencia estresante por una hora mientras ella piensa en conseguir su siguiente cliente (...) Cambia a una cultura diferente. Hola, soy Jake y estoy aquí para darte una experiencia poderosa y hacerte sonreír como la gente de las fotos...”.
Eso es lo que dicen las páginas donde Jay Herry Drivas, alias Jake, promocionaba su perverso negocio. La semana pasada, este estadounidense fue capturado en Medellín por dirigir una red de explotación sexual dedicada a recibir “gringos” calenturientos para darles drogas y organizarles fiesticas sexuales, incluyendo a menores de edad, en su apartamento, a cambio de unos cuantos dolaritos.
Indignación, obvio. Duele mucho que alguien se aproveche de uno de los talones de Aquiles que tiene esta ciudad: la proliferación del turismo sexual, tema que se ha convertido en un asunto recurrente, que revela las consecuencias de dos cosas: la primera, una cultura mafiosa, trasgresora de la ley y el sentido común, que se alimenta del testamento del paisa, del vivo vive del bobo, del donde caben dos caben tres, del aguardientero verraco, del hágale mijo que nadie se da cuenta; y la segunda, una inequidad absurda donde las pocas oportunidades que muchos (muchas, en este caso) encuentran, están en denigrarse ante abusadores, que se aprovechan de sus cuerpos para calmar el morbo que cargan consigo.
Hace dos meses, tres amigos extranjeros se encontraban en la ciudad. Años atrás, dos de ellos habían estado en esta tierra. Me pidieron ir al parque Lleras porque tenían un buen recuerdo del lugar. En su momento, les pareció increíble, buenos cafés y restaurantes. “Me acaba de manosear esa chica”, me dijo uno de ellos. Una mejor de edad (juro que era menor de edad) se le ofreció patéticamente soltándole cinco o seis palabras en inglés aprendidas para cazar. Olió extranjero.
Hace poco, los comerciantes del parque Lleras se molestaron porque les dijeron que el lugar era una olla de vicio. ¿Olla? Olla, el Bronx, en Bogotá, dijeron. No se necesitan habitantes de la calle, mugre regada y hogueras para que haya una olla. El parque Lleras y muchas otras zonas de la ciudad son ollas de vicio, agravadas con todo lo que la droga conlleva: prostitución, proxenetismo, negocios oscuros.
Nos indigna saber que en la ciudad hay explotación sexual, pero no nos importa tomar un taxi lleno de calcomanías que promocionan clubes de adultos. Taxistas que solo quieren ganarse “la liga” sin tener presente que fácilmente, una menor de edad pagará las consecuencias. Nos dan vergüenza los vecinos extranjeros que se pegan fiestas raras con niñitas a las que se les nota lo avezadas en el sexo y no hacemos ni la mínima advertencia a las autoridades. Sufrimos de indignación.
Qué vengan los extranjeros. Qué bueno tenerlos en esta tierrita, que tiene muchas cosas buenas. Lo importante es saber qué clase de turismo queremos: ¿gente de negocios, gente que viene a comer (alimentos, no carne de niñas), a disfrutar un buen café o queremos turismo de fufas y drogadictos? Eso se define no solo con decisiones de gobierno, si no también con el carácter que todos pongamos para que esto no se convierta en un burdel. Así es que menos indignación y más acción, para que no nos llenemos de pervertidos como el tal Jake.