El resentimiento
Camilo José Cela (1916-2002,), en su novela “La familia de Pascual Duarte” escribió: “Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera”. Esta dedicatoria indica que Cela no guardaba resentimientos, sino que convertía la ofensa en oportunidad para crecer y avanzar, hasta el punto de obtener a los 73 años (1989) el premio Nobel de Literatura. Admirable.
El pasado no existe, existió. Pero el pasado tiene presente. El modo como yo vivo el pasado en el presente, es el presente del pasado, llamado resentimiento si cultivo mi memoria en alimentar de modo continuo un acontecimiento ingrato.
Un acontecimiento, por ingrato que sea, como violación, mentira, deslealtad, estafa o difamación, tiene el valor que yo le doy, sabiendo que tengo el poder de ser inmune a toda ofensa, y más aún, de convertirla en un estímulo de superación constante.
Puedo hacer de un buen pasado un buen o un mal presente y de un mal pasado un mal o un buen presente. Mi decisión depende de mi interés en cultivarme.
Ejemplo. Tuve una hermosa amistad con mi mamá, a quien, por haber muerto, recuerdo con tristeza, tristeza que ejerce en mí un poder destructor impresionante. O a la inversa, a mi mamá, que murió después de haber tenido conmigo un mal momento, yo decido hacerle el homenaje de pedirle perdón, y así la llevo en mi corazón con paz, admiración, alegría y gratitud.
Somos un pueblo de resentidos. Hay frases del inconsciente colectivo que así lo indican. “Perdono pero no olvido”, “lo que me hizo no tiene perdón de Dios”, “no descansaré mientras no le caiga todo el peso de la justicia”.
Como todo sentimiento, el resentimiento es una decisión, lo tengo porque decido tenerlo. Por cultivarme, tomo conciencia de que el resentimiento es destructor, por lo cual, decido no tenerlo. Job es santo por su actitud conmovedora. “Aunque me mates, seguiré confiando en ti” (Job 13,15), es su oración al Creador.
Santa Catalina de Siena (1347-1380) pasaba horas enteras con esta única oración: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro”. El Maestro divino ejerció en ella efectos tan portentosos que de analfabeta llegó a ser doctora de la Iglesia. Gracias al influjo divino, Catalina fue la realización perfecta de la bienaventuranza de Jesús: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.
En “Diario de un escritor”, Dostoievski, refiriéndose a las prisiones de Siberia donde estuvo prisionero, escribió: “Aun allí es posible vivir una vida ideal”. Cultivar sentimientos de amor, el secreto de la felicidad.