Columnistas

El resto es opinión

10 de agosto de 2016

“El resto es silencio” (epitafio de Carlos Gaviria Díaz).

El 4 de agosto de 2014, Sergio Urrego se lanzó de la terraza de un centro comercial en Bogotá. El acoso y la presión social a los que fue sometido por su condición homosexual en el Gimnasio Castillo Campestre, fueron superiores a sus ganas de seguir adelante.

Con base en este caso, la Corte Constitucional ordenó al Ministerio de Educación la revisión de los manuales de convivencia de los colegios del país para garantizar el respeto por la orientación sexual. El 15 de septiembre vence el plazo para examinar los 19.063 manuales que faltan (79% del total).

En medio de esa coyuntura, se dio a conocer una carta denominada “Manifiesto de constitucionalidad”, con setenta mil firmas de representantes de colegios, iglesias y asociaciones de padres de familia que se oponen a la Corte Constitucional por sus decisiones relacionadas con los derechos de la comunidad LGTBI.

Hoy se realizarán marchas en “defensa de la familia”.

¿Por qué se escudan en la Constitución?

‘Normas de papel. La cultura del incumplimiento de reglas’, publicación dirigida por Mauricio García Villegas, elabora una clasificación de los tipos de incumplidores de la norma. Entre ellos, destaco al “arrogante”, especie que pulula entre las élites colombianas: se trata de quienes consideran que los valores derivados de la familia tradicional, la religión o su condición “aristocrática” están por encima de la ley estatal. Justifican su inobservancia de la norma a través de la defensa de aquellos valores “iusnaturalistas” superiores.

No sorprende que abogados como Viviane Morales, egresada de la Universidad del Rosario; Alejandro Ordóñez, de la Universidad Santo Tomás, o la diputada Ángela Hernández, de Uniciencias, se empeñen en desconocer la Constitución Política, la declaración de principios de dignidad contenida en el artículo 13: “Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley [...]”.

Abro paréntesis para escribir sobre Alicia, una niña que se ganó la lotería de la infancia... por el lado del papá tiene una abuela; por el de la mamá, dos. Sus abuelas maternas, Paloma Pérez y María Vélez, son pareja desde hace veinte años. Alicia recibe la misma adoración que un Niño Jesús en un pesebre: en casa de las abuelas, siempre hay con quién jugar, conversar o arruncharse (¿cuántas niñas de hoy cuentan esa historia?).

Soy madre, casada por la Iglesia, formada en el catolicismo, tengo tres niños: con nuestros hijos, mi esposo y yo compartimos almuerzos dominicales con Paloma y María y Alicia porque son nuestras amigas, son una familia, como la nuestra, edificada sobre el amor, el respeto, la libertad. No somos más ni menos que nadie, somos integrantes de una comunidad.

No obstante, amar o abominar a Paloma y María resulta intrascendente en esta discusión, porque por encima de mi sentir y pensar, y de cualquier manual escolar de convivencia, está la ley.

Los derechos de los integrantes de la comunidad LGTBI merecen respeto no porque sean “amorosos” o ”detestables”, “normales” o “anormales”, “enfermos” o “sanos”, “santos” o “pecadores”, sino porque la Constitución nos enaltece y protege a todos bajo una misma categoría: ¡somos ciudadanos!

El resto es opinión.