EL RETORNO DEL TRANVÍA DE AYACUCHO
Bajo El Colombiano a mi celular desde la lejana Brasilia. Una foto muestra un reluciente tranvía haciendo las primeras pruebas en la calle Ayacucho...
Un feedback instantáneo me lleva de vuelta a finales de los años 40. El tranvía eléctrico sube lentamente hacia Miraflores. A lado y lado viejas casas de portón y ventanas arrodilladas, más arriba, a la derecha, el Palacio Botero. Luego la iglesia de Buenos Aires, algunas casas y comercios hasta la Puerta Inglesa. Había salido del Parque Berrío donde confluían las otras rutas del tranvía.
Lo que ahora veo en internet son unos vagones modernos que apenas recuerdan los viejos tranvías de entonces. Inaugurado en 1920, el tranvía rodó durante 30 años, paró y se hundió en el olvido. Nadie lo defendió ni lo modernizó y fue quedando rezagado, mientras los empresarios privados del transporte ampliaban sus rutas de buses hasta cubrir toda la malla vial del Valle de Aburrá.
Entonces, simplemente, retiraron los vagones, levantaron los rieles o los cubrieron con asfalto y cesaron a los maquinistas. Algunos con suerte consiguieron que les fuera asignado un vagón que habilitaron como vivienda y que formaron el hoy desaparecido y extraño barrio conformado por tranvías montados sobre pilotes de cemento. Karl Brunner, el último defensor del Tranvía Eléctrico de Medellín, predicó en el desierto cuando recomendó: “por lo menos actualmente no se justificaría la supresión completa del tranvía que todavía por muchos años podrá prestar un servicio efectivo a la ciudad”.
Otras seis décadas de olvido. Un día recibo una llamada de la alcaldía de Medellín. Es el alcalde Alonso Salazar: “Vamos a revivir el tranvía. Como tú hiciste un estudio sobre esa historia, la idea es publicarlo, ¿qué te parece?
Para ese entonces, yo estaba resignado a que aquel trabajo que se titulaba Del Tranvía de Mulas al Metro de Medellín corriera la misma suerte del tranvía. Esa historia empezó cuando el entonces gerente del Metro de Medellín, Luis Guillermo Gómez, apoyó una propuesta mía para investigar cómo había sido el largo proceso de conformación de un sistema de transporte masivo en el Valle de Aburrá.
El trabajo se terminó. No hubo dinero para imprimirlo y los originales quedaron archivados en una caja de seguridad del Metro.
Le digo al Alcalde que había que rastrear los originales y conseguir permiso del Metro. “Yo me encargo”, me respondió. “Tu hablas con Planeta a ver si se interesa en publicarlo”. Por ese entonces se hizo el anuncio de que el tranvía regresaría a Medellín. Fue recibido con interés por la opinión pública, pero con la desconfianza que suele acompañar esos anuncios oficiales.
Pero todo marchó sobre rieles, por así decirlo. El proyecto arrancó, el libro fue publicado y el alcalde nos invitó (junto con Marina Gutiérrez, mi compañera, que había hecho la investigación de fuentes primarias, fotografías y planos), para ir a Medellín, desde Brasil, al lanzamiento del libro.
Así que fue una resurrección doble. Una humilde: el libro sobre el tranvía, y otra grandiosa: el nuevo tranvía. Vuelvo a mirar la foto y los recuerdos del viejo tranvía me dejan una sensación de alivio. Al fin y al cabo la historia es circular y tarde o temprano las cosas regresan, como los cometas o como el Tranvía de Ayacucho.