El saludo de la paz
Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Saludar es dirigir a alguien, al encontrarlo o despedirse de él, palabras corteses, interesándose en su salud o deseándosela. Un día es bueno cuando trae salud, éxito, alegría, entusiasmo, bienestar. Fruto del saludo con que llego o me voy.
Saludar es un arte, no por difundido menos prestigioso. En el saludo empeño lo que tengo, más aún, lo que soy. Al saludar, más que dar, me doy. El saludo me compromete demasiado, hacer realidad lo que deseo al saludar.
La persona que muere no se ausenta, cambia su forma de presencia. Eso pasó con Jesús. Sus discípulos aprendieron a verlo con otros ojos. Lo que el Principito disfrutaba tanto: “Sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”.
Después de morir crucificado, Jesús aparece entre sus discípulos, con las puertas cerradas “por miedo a los judíos”, y ya con cuerpo glorificado, los saluda: “La paz con ustedes y les muestra las manos y el costado (Jn 20,19-20). Saludo que los llena de alegría. De repente se dan cuenta de que hay otros ojos para ver lo invisible y otros oídos para escuchar lo inaudible hasta el punto de cambiar el comportamiento.
Tomás, ausente, necesita experimentar la atmósfera nueva del que sin irse se marchó. Descubre que tiene otros dedos y otras manos para tocar las manos y el costado del Resucitado que saluda con la paz, dejándolo absorto: “Señor mío y Dios mío” (Juan 20,28).
La paz es un modo de ser: armonía de cuerpo y alma, tiempo y eternidad, tierra y cielo, hombre y Dios. La oración, entendida como trato de amistad con quien sabemos nos ama, es ejercicio de paz.
Al nacer Jesús, los pastores escuchan un canto angelical. “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”. Desde entonces la paz es el patrimonio común de la humanidad, más aún, de la creación. Vive en paz quien no le cierra a Jesús las puertas del corazón.
En la eucaristía nos saludamos con la despedida de Jesús: “La paz les dejo, mi paz les doy” (Juan 14,27). Saludo que no puede comunicar quien alimenta sentimientos dañinos, como rabia, tristeza, odio, amargura, desconfianza.
Pero si cultiva sentimientos de paz, como alegría, confianza, fortaleza, acogida, solidaridad, la paz fluye espontáneamente de su corazón. Máximo compromiso, celebrar la eucaristía con amor.
Al saludar, realizo el compromiso gigantesco de irradiar paz por saludar con amor.