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EL VALOR DE LO HUMILDE Y SENCILLO: DIOS LO VE

08 de noviembre de 2015

Para comentar las lecturas de este domingo, quisiera recordar una expresión que escuchaba desde niño y creo que todavía tiene la misma fuerza y valor.

Se decía con énfasis: “DIOS TE VE”. Con el presupuesto de que Dios está en todas partes, se indicaba así una doble dinámica en la vida y conciencia de las personas. Por un lado, con sabor más negativo de amenaza, se insinuaba, que cualquier cosa mala que se hiciera, quizá otros no la verían; pero Dios sí, porque Él lo ve todo. Esto era una especie de “control por temor” de nuestra vida y conciencia. Pero, igualmente, todo nuestro proceder y nuestras intenciones, en favor de los demás, no quedaban ignorados, porque en última instancia Dios te ve, pues estando en todas partes, por supuesto está en tu interior y conciencia. De este modo, no era necesario aparentar para que pudieran reconocerse tus acciones y resultados en el mundo. Era un mundo transparente. Desde la profundidad de la mirada de Dios, que ve en todas partes y conoce lo secreto de nuestro corazón..., más allá del frágil mundo de nuestras apariencias.

Las lecturas de hoy, empeñadas en resaltar a los pequeños y humildes, con dos viudas: de Sarepta y del Evangelio; destacan como actitud fundamental el don de sí mismo, dar su vida y no lo sobrante, por la vida de otros. Igual que Jesús, quien ofreciendo su vida, revela el verdadero y solidario sacerdocio único de Cristo.

El evangelio, resalta esta mirada de Dios en Jesús, que se manifiesta como develando nuestros contrastes. Por un lado, llama la atención de sus discípulos sobre los escribas, a quienes les encanta toda acción y manifestación de “alto perfil”. El mundo de los reconocimientos, de las reverencias y claro: de las apariencias. Al mismo tiempo, a modo de contemplación profunda, dice el texto que Jesús, sentado frente a las alcancías del templo, vio y mostró a sus discípulos, lo que una simple mirada humana no puede percibir, y menos resaltar: una pobre viuda daba su vida, en dos pequeñas monedas, que nada representaban para una transformación social en términos de inversión; pero que siendo toda su vida, sus bienes y recursos; al depositarlos, representan la actitud y el camino de transformación de los seres humanos, al constituirse como Jesús, (“Don” de sí mismo) en auténticos salvadores, redentores de otros y del mundo.

Al depositar con dos moneditas toda su vida, la que se tiene y necesita; no lo que nos sobra, lo abundante..., surge toda posibilidad –no aparente- de recuperación del ser humano, su dignidad y la del mundo en términos de solidaridad y compasión, “Misericordia”. Esto desde nuestra visión humana quizá sea irrelevante, poco aparente, jamás será noticia; pero desde la mirada de Dios en Jesús, sobre nosotros (la viuda), resalta el valor y grandeza de los pequeños, los humildes: Dios siempre los ve.