El viaje de los libros
Los libros tienen vida propia, merecen su camino individual y único. No deberíamos ser amos ni dueños de de los libros que adquirimos o recibimos como regalo.
Querido Gabriel,
Entré al lugar con curiosidad. Me habían hablado de esa galería pero no había llegado el momento de visitarla. Luego de una tarde deliciosa en el pueblo, con amigos, libros y buena comida, alguien propuso tomarnos un vino allí. Entré al lugar y, automáticamente, me puse a examinar la biblioteca. Apareció Cartas Cruzadas, de Darío Jaramillo, uno de mis libros más queridos, que me enseñó a comprender mejor la Medellín que estuvo a punto de sucumbir, a valorar aún más la amistad y a desear escribir cartas. Abrí el ejemplar y sentí un leve mareo. En la primera página, escrito de mi puño y letra: David Escobar Arango, noviembre de 2006.
Mi libro, pensé, el que tanto busqué. Debió partir con el trasteo de aquella mujer con la que compartí biblioteca y bibliofilia. ¿Me lo puedo llevar?, dije para mis adentros. Hice un paneo por el resto del estante y descubrí otros que también me pertenecieron. Incluso encontré uno con el sello de mi padre, allá en lo más alto de un estante. Pero el impulso cleptómano se esfumó rápidamente. No son míos, nunca lo fueron, ni siquiera el de Proust. Puse Cartas en su nuevo hogar y lo acaricié despidiéndome; brindé también por el viejo vínculo que hizo que estos libros viajaran y que estén hoy disponibles para tantos, en un lugar tan bello. De ese amor, con sus heridas ya sanadas, quedó una herencia, una micro biblioteca pública. Me sentí sano y feliz por ver a mis amados amigos en muchas y buenas manos.
La gente dice que no debemos prestar libros porque jamás volverán. Desde la antigüedad hay quienes condenan a los que osan secuestrar los libros ajenos. Gracias a mi relación familiar y casi romántica con ellos, sufro un poco con el asunto. Los atesoro, los toco, los subrayo, los doblo, los anoto, los visito frecuentemente. Pero con el tiempo he comprendido que los libros, como los hijos, parafraseándo a Gibrán, no son nuestros libros, sino los libros de la vida, “los anhelos que la vida tiene de sí misma” ¿Conversamos sobre el destino de los libros? ¿Hablamos de dejarnos robar, de dejarlos fluir, de regalar muchos libros, de donarlos a alguna biblioteca?
Los libros tienen vida propia, merecen su camino individual y único. No somos amos ni dueños de los hijos y no deberíamos serlo tampoco de los libros que adquirimos o recibimos como regalo. Además, un libro leído, “vivido”, como dice mi amigo Dany, que guarda su historia personal con el lector, que emana ese olor particular avainillado que le dan los años y nos arrastra a la infancia, es un tesoro, un objeto precioso digno de ser apreciado por muchos, en bibliotecas o museos, de casa en casa, de corazón en corazón.
Irene Vallejo, quizás la persona que más hermoso haya escrito sobre los libros en muchos años, los compara en alguna entrevista con balsas y chalecos salvavidas. Provoquemos con esa idea la tertulia, a ver si los dejamos volar, los prestamos, los regalamos, animamos sus viajes sorpresivos, involuntarios y misteriosos. ¿Quién sabe si quien lo toma de un anaquel insospechado o lo encuentra en el Metro casi por casualidad está en medio de su propio diluvio, a punto de sucumbir y nuestra generosidad libresca le pueda estar salvando la vida?
*Director de Comfama .