Columnistas

El voto en la basura

23 de octubre de 2015

La nuestra es una democracia incompleta, incipiente. Los avances innegables se han alcanzado con historias de profundo dolor. Nuestro deber es participar en su consolidación, y no permitir pasos atrás en lo que hemos conseguido. Por eso el compromiso de acudir a las urnas. La alternativa no está en el salto al vacío. La abstención no es opción responsable, porque deja a la deriva el destino de nuestras comunidades. Sería funesto que luego de los escrutinios tuviéramos que lamentar que, con la omisión del sufragio, no agregamos un grano de arena de apoyo a una salida de la encrucijada en que hoy se encuentra el país y, en cambio, dimos aval a las prácticas politiqueras que etiquetan nuestra idiosincrasia.

Son muchos los candidatos inmersos en vicios de la vieja política, pero sería miope ignorar que hay quienes han mostrado con hechos y comportamientos fehacientes su integridad y real interés por las comunidades. El asunto es apuntar a ellos, y no a quienes, no teniendo esta garantía moral, recurren a maquinaciones para ser elegidos. El punto clave de examen en el fondo de la estampa que pretenden vender está en su pasión por la verdadera política, esto es, por el bien común. ¿Hay en sus pretensiones aspiraciones personales, sed de privilegios o intereses públicos? ¿Son adalides de la democracia o solo del discurso de la democracia? El sentido de lo público es el fundamento de la experiencia democrática. Digo de la experiencia democrática, y no de la democracia, porque esta puede ser solo discurso cuando no está sustentada por el sentido de la colectividad.

No es fácil conocerlos y desentrañar sus pretensiones, porque ha habido manipulación y guerra sucia. En tanta maraña en publicidad construida por grandes capitales, toca dilucidar, sin pasión ni fanatismos, para sacar conclusiones. Hemos recibido datos confusos de los medios de comunicación, pero es preciso construir criterio para discernir cuáles nos han entregado información imparcial y objetiva, las voces capaces de encontrar puntos en común, puntos que permitan avanzar en la construcción de nuestra incipiente democracia. No es fácil, porque tener la postura de la imparcialidad es una dignidad esquiva en los medios masivos. La naturaleza humana empuja a estar en los extremos, y no a la virtud de tener capacidad para oír de lado y lado, y repeler el imán y la facilidad de los polos opuestos, que se anclan como rotundos obstáculos para la formación del buen criterio.

Preocupa que sea tan elevado el número de candidatos de quienes los electores desconocen sus programas. La decisión de sufragar por ellos está marcada por resultados de encuestas o promesas fatuas, pero no porque accedan con sentido crítico a sus proyectos y conozcan su historia en la gestión pública, la forma como en su desempeño han favorecido los intereses de las comunidades o sus propios apetitos y necesidades. Esto definiría la calidad genuina del ejercicio de la ciudadanía. Lo otro es la zambullida en el rebaño y obediencia ciega a los caudillos.