Columnistas

¡Ellos construyen un cielo!

28 de octubre de 2017

Por P. CARLOS LOPERA ARANGO

Hastiado de tantas malas noticias y tanta degradación humana, sentí la imperiosa necesidad de buscar algo bueno en el contorno, algo que me reconciliara con lo mejor de la vida y me hiciera creer como aquella vieja canción que “el mundo es todavía hermoso”. Recordé, entonces a Saint-Exupéry cuando afirmaba que “lo esencial es invisible a los ojos, pues solo se ve bien con el corazón” y emprendí mi búsqueda por las calles de mi gran ciudad. Mi espíritu fue recompensado pronto, pues en la comuna 16, sector de Belén, me encontré con esta regocijante escena, un señor elegantísimo, de sonrisa encantadora abrazaba a una mujer humilde, de zapatos raídos, pero con la grandeza de dos hijitos a su lado, le entregaba varias bolsas de un conocido supermercado, palmoteaba a los chicos y se despedía en voz alta así: “verás, querida, que todo va a mejorar, ánimo pues”. Supe que era el doctor Carlos Alberto Velásquez, un comisario de familia que va más allá de los códigos fríos y la redomada pereza de la burocracia, para gestionar auxilios urgentes y auténticas soluciones, propiciando así una verdadera transformación cultural.

Avancé con el ímpetu de mi alma ya dichosa y felicité en una esquina de Belén-Las Mercedes a un par de ancianos, Francisco y Nubia que vi reciclando con esmerado orden y sin igual dulzura. Utilicé la frase de nuestro alcalde: “con el trabajo de ustedes Medellín se engrandece y ganamos todos”. Ellos sonrieron y me respondieron complacidos: “usted que sabe estimular lo positivo, debería conocer a un profesor de ese colegio (el san Roberto Belarmino), pregunte por don Hugo Cárdenas y verá lo que es recibir una atención de calidad. Ese señor es asombroso, yo digo que parece un ángel de verdad: ¡personifica al maestro que hemos soñado todos los colombianos! Fui hasta el plantel y algunos docentes y una verdadera tromba estudiantil me corroboraron que sí, que don Hugo va sembrando semillas de amor, alegría y fe por donde va.

Subí finalmente al parque Gaitán, en Manrique Oriental, las canchas estaban a esa hora pletóricas de deportistas, ancianos conversaban animadamente, en las bancas circundantes, y fue entonces cuando uno de los sacerdotes de la parroquia Santa Ana -el padre Carlos Andrés- me explicó las razones de ese cambio tan espectacular: “hubo más inversión social, más generación de empleo, y se dio, sobre todo, lo que yo llamo “la alquimia de los corazones verdaderamente cristificados”, cuando familias de escasos recursos produjeron el milagro, una vez más, de la multiplicación de los panes al acoger a otros necesitados. Como una pareja de viejitos queridos, don Germán y doña Rocío: han recibido por muchos años a niños de hogares desamparados, les han dado albergue, alimento, estudio y ropa sin esperar nada a cambio y de ahí han salido ya madres ejemplares y hombres de calidad.

Ese padre Carlos Andrés, protagonista también de un bello apostolado social y yo, transeúnte en rutas de anónima grandeza, concluimos alborozados mientras nos tomábamos un tinto, que Medellín continuará siendo esa ciudad que acoge las ilusiones de todos y que superará siempre los desafíos malignos, porque hay en ella gente tan maravillosa como el comisario Velásquez, el profesor Cárdenas y la pareja de esposos Rocío y Germán que, sin ínfulas arrogantes, ni expectativas asfixiantes, construyen cada día eso tan hermoso que llamamos cielo.