Empresas sostenibles, para seguir siendo infinitas
La falta de inteligencia de quienes dirigen una ciudad, un país, una empresa o un hogar, es la razón por la cual hoy día nadie dialoga ni toma decisiones certeras basados en el verdadero concepto de la sostenibilidad. La crisis en la pérdida de la razón por pura ignorancia del concepto, ha hecho que a través de los múltiples instrumentos de participación se decida de manera errónea.
En 1987, el informe elaborado por distintas naciones para la ONU, encabezado por Gro Harlem Brundtland, entonces primera Ministra de Noruega, contrastó la postura de desarrollo económico de ese entonces con el de sustentabilidad ambiental, reconociendo que en la sociedad se estaba generando un costo y un daño en el equilibrio del planeta muy alto. Allí se usó por primera vez el término desarrollo sostenible, invitando a cambiar las estructuras institucionales y fomentar nuevas conductas con relación al aprovechamiento de los recursos, a través de la educación de nuevos ciudadanos con nuevas capacidades para enfrentar este cambio. Con estas bases se construyó la Constitución Política del 91 y la Ley 99 del 93, por medio del cual se emitieron las normas y estándares ambientales de Colombia, así como se organizó el Sistema Nacional Ambiental del país.
Por lo tanto, y de acuerdo con PriceWaterhouseCoopers, para abordar la sostenibilidad en las empresas, la clave es considerarla el eje central del negocio, pues todas las empresas de todos los sectores deben enfrentarse y adaptarse a la globalización, a la competencia intensa por materias primas, al acceso de los recursos naturales y a una rápida revolución en la tecnología que desafía todos los modelos comerciales de todos los sectores productivos, obligando obviamente a ser más responsables y transparentes con todos los grupos de interés.
A este panorama se le suma, hoy día, el incierto futuro de los costos de la energía y de los servicios, la regulación inminente de los gases efecto invernadero -GEI-, la no generación de residuos sólidos, líquidos, químicos ni peligrosos, la exigencia de rendir cuentas públicas, haciendo que la sostenibilidad se traslade desde los bordes del canal corporativo a la corriente central principal.
Al mismo tiempo, esta misma firma asegura que impulsados por la explosión de las redes sociales en línea, los consumidores, las ONG, los medios y sus propios empleados hacen a las empresas rendir cuentas sobre el trato que reciben los trabajadores, el origen y la calidad de sus productos y su cultura corporativa. Esas mismas compañías están siendo sometidas a un mayor escrutinio público sobre su papel en la sociedad.
Lo mismo sucede con el concepto de sostenibilidad para los territorios. Por ejemplo, cuando hablamos de ciudades sostenibles no nos referimos a ciudades verdes sino a objetivos claros y tangibles, como evitar el desperdicio de energía, tiempo y recursos. Algunas formas sencillas de comenzar es usar menos el carro, vivir más cerca del trabajo; reciclar los residuos y hacer compost con los orgánicos. Si bien la tecnología y los materiales que se usan en la construcción de las viviendas son más eficientes y ahorran y aprovechan el agua y las energías renovables, de acuerdo a Jaime Lerner, uno de los mejores planeadores urbanos brasileros, “el diseño de una ciudad puede marcar la mayor diferencia en el esfuerzo por crear un entorno urbano más sostenible. El diseño es la estructura de organización y crecimiento de la ciudad”.
En resumen, ser sostenible significa que este proceso nunca terminará, sino, crecerá. Que incrementará la capacidad para continuar sin poner en riesgo a los otros, y sin tener un final a la vista. Cualquier recurso finito que se pueda agotar, o cualquier práctica que no pueda continuar indefinidamente, no es sostenible. A diferencia de la palabra “verde”, mal usada hoy día para limpiar las malas prácticas del pasado, ser sostenible seguirá siendo una cultura, una manera de relacionarnos con los recursos naturales, que dependiendo como lo hagamos, continuaremos siendo infinitos.