Columnistas

EN DEFENSA DE LOS EXÁMENES ORALES

08 de marzo de 2019

Por IGNACIO MORGADO BERNAL

redaccion@elcolombiano.com.co

De la actual filosofía pedagógica podemos concluir que no podemos, ni debemos, encorsetar los procedimientos de aprendizaje en uno solo, pues cada enseñante responde siempre, ineludiblemente, a sus condiciones particulares y su propia experiencia. Lo que requiere siempre un buen aprendizaje es que sea activo, es decir, que ponga en juego procesos mentales creativos, procesos que no se limiten a una mera recepción perceptiva de la información recibida. Cuanto más elabore y reelabore el alumno en su propia mente la información recibida, y cuanto más la propia información que recibe le obligue a hacerlo, más activo es el aprendizaje y más duraderas y provechosas son las memorias que forma en su cerebro.

La perspectiva de un examen oral fuerza esa elaboración mental. Quién sabe qué ha de responder verbalmente a lo que le pregunten, y que se le pueden pedir precisiones añadidas sobre lo que explique, se esfuerza en comprender en profundidad la información que trabaja, más que en memorizarla, cuando prepara su examen. Siendo así, el examen oral obliga al alumno a una forma de aprendizaje activo que implica no sólo comprender la información que recibe sino también compararla con la que ya conoce, ligarla a los esquemas almacenados en su cerebro y descubrir los puntos flacos, las debilidades o carencias que esa información pudiera contener. Ello lleva, a su vez, a intentar concebir explicaciones propias, complementarias o alternativas a lo analizado, para poder encajar las piezas que aún no lo hacen. La actividad es así creativa, reforzándose a sí misma por la motivación que generan tanto el sentirse en posesión de nuevo conocimiento como el reforzar la autoestima intelectual.

En un examen oral el alumno puede equivocarse y corregir, cosa que no es posible en un examen escrito. El profesor, por el modo en que se exprese el alumno y haciendo preguntas complementarias, puede evaluar con mucha precisión los conocimientos que ese alumno ha asimilado, en qué medida han potenciado su formación y su motivación por la materia y cuanto ha desarrollado su capacidad para poder instruir a otros sobre su propio conocimiento, una habilidad que, una vez desarrollada, le será muy útil cuando, finalizados sus estudios, ejerza una profesión.

El examen oral tiene otra extraordinaria ventaja sobre los exámenes escritos tradicionales: permite una evaluación acordada y compartida entre ambos actores, examinador y examinado. Así, cuando en el curso del examen el profesor crea tener ya un resultado de la evaluación puede someterlo a la consideración del propio alumno, o puede, alternativamente, requerir la opinión del mismo sobre la calificación a otorgar.

Otra ventaja incuestionable de los exámenes orales es el comprobar que el tipo de aprendizaje activo que inducen genera memorias consistentes y constatables incluso años después del examen, lo que difícilmente ocurre cuando el sistema es el tradicional de exámenes escritos. Pero quizá la principal ventaja del examen oral es la satisfacción que finalmente tiene y expresa el alumno al demostrarse a sí mismo tras haberlo realizado que es capaz de alcanzar cotas de entendimiento y expresión de conocimiento que antes nunca había imaginado.