Columnistas

En la punta de la lengua

22 de julio de 2015

Todo pasa por el lenguaje. Sin embargo, su carácter cotidiano a veces nos impide abordarlo como un hecho extraordinario; su cercanía distorsiona nuestros intentos de observación detallada. Delegamos su estudio en académicos y eruditos indomables. O en pícaros que explotan las infinitas posibilidades de las palabras.

La propuesta del presidente Santos de “desescalar el lenguaje” no es una novedad. Recordemos algunos antecedentes recientes: en 1992, surgió una iniciativa periodística “cuando las palabras estaban cansadas de oficialidad, militarismo, delincuencia, tecnocracia y social-bacanería”; así evoca el lenguaje de la revista La Hoja su fundadora y directora, Ana María Cano.

En 2003, Héctor Rincón –padre de la misma publicación– llegó a la dirección de noticias de Caracol, con algunas propuestas de base: multiplicidad de fuentes, trabajo de géneros periodísticos y, oh sorpresa, énfasis en la palabra. “El lenguaje periodístico está allanado por la jerga de las fuentes informativas: militar, política, económica, deportiva”, dice Rincón. En cuanto a las fuentes castrenses, señala: “Hay que desmilitarizar el lenguaje: estamos entregando un lenguaje guerrerista. No podemos servirles a los sectores del conflicto para que sigan cabalgando al anca nuestra, montándose en el protagonismo. Usándonos”. En el momento en que no hablamos de Farc o de Eln sino de “Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia” o de “Ejército de Liberación Nacional”, les entregamos “un trofeo” a los combatientes, les otorgamos un estatus. Nos convertimos en sus legitimadores.

“Retención”, “secuestro” y “detención arbitraria” no son sinónimos...

No se trata de mentir (lo cual mina el pacto ético fundamental del periodismo) ni de caer en tecnicismos y eufemismos, sino de entender la dimensión política del lenguaje, en especial en las esferas públicas. Tratados internacionales nos dejan lecciones claras de la importancia del uso del lenguaje y del papel pedagógico –¡crucial!– de los medios en los procesos de reconciliación.

La mínima exigencia para un periodista, cuya materia prima es el lenguaje, es el dominio de sus matices y una constante reflexión en torno al mismo.

El programa “Promoción de la convivencia” (esfuerzo conjunto entre instituciones colombianas y la comunidad internacional) explica que el discurso guerrerista se caracteriza porque tiende a la deshumanización (el otro, distinto a mí, es un “monstruo”), promueve la polarización (se pertenece a los “buenos” o a los “malos”), prioriza los efectos visibles (“en carreteras seguras: podemos ir a la finca”), se orienta a la verdad de un grupo específico o a las élites, y se enfoca en la propia victoria.

La gran dificultad de trabajar el lenguaje radica en que sus resultados no son evidentes a corto plazo. Sus efectos son invisibles: culturales y estructurales.

La razón asiste al catedrático Armando Silva cuando califica la propuesta de Santos como “un experimento social” (El Espectador, 19/07/15).

En un país tan polarizado, es difícil contener la indignación en los círculos privados y las redes sociales. Cuesta mantenernos en los límites de la convivencia.

No ceder a la provocación, que la ira se detenga en la punta de lengua .