Columnistas

EN LO MÍNIMO

12 de febrero de 2017

Una simple mirada al mundo, no muy profunda, deja ver una realidad dominante, que podría caracterizar, muchas actitudes, respuestas y pautas de comportamiento hoy.

Esa mirada deja ver fácilmente un inmenso número de personas que se han acostumbrado a vivir-sobrevivir, con los mínimos. Formación mínima, salario mínimo, exigencias mínimas, condiciones mínimas. En síntesis, hablamos de ¡lo mínimo para vivir! Y claro, en este horizonte, la vida resulta con un “techo” muy bajito, agobiante y sin sentido. El valor de la vida humana es el mínimo.

Con mínimos buscamos superar pruebas. Ser aceptados, reconocidos por todo; ¡nos acostumbramos a esta zona de confort! A vivir cómodos, sin exigencias ni deberes..., solo “con derechos”. A pasar de “agache”. La vida fácil y ambigua. Germen de toda corrupción.

¡Lo inquietante es que esta vida personal y social, permanece en los límites cercanos al sinsentido, al contraste y absurdo, -al desamor, desinterés e indiferencia!- Pensamos que una vida así es buena y fácil. Se requiere lo mínimo, pero a la larga resulta por sus consecuencias, un sinsentido realmente costoso.

La palabra de Dios hoy ofrece una clara advertencia a este tipo de actitud que simplemente se ajusta a lo cómodo, light (ligero) y fácil, al solo principio de bienestar y placer. Al mundo “relativo y líquido” con el que nos hemos acostumbrado a con-vivir!

Está a nuestra libre decisión, la vida o la muerte; el fuego o el agua y parecería que con “lo mínimo” escogiéramos la vida, pero realmente no es así. La vida, lo que agrada a Dios, está lejos de lo fácil –cómodo-, de lo que decimos es un derecho. Es propio de la sabiduría de este mundo lo bueno, agradable, cómodo para usted en contra de otros. Lo que se presume como sus derechos; lejos de toda responsabilidad y deber. Aquello de..., primero piense en usted para servir o pensar luego en los otros. Apariencia de bien, valor y autoestima que la realidad muestra como camino de destrucción y negación del otro..., es decir: el camino de su auto-destrucción.

Con el salmista pedimos al Buen Dios: “muéstrame Señor el camino de tus leyes”. El evangelio resulta claro y contundente: La ley de Dios no busca acabar con la ley humana, pretende moverla de los mínimos -egoístas- hacia la plenitud. Superar la letra (mínimos), con la plenitud del sentido, del amor: la fuerza del Espíritu; contra la conformidad y comodidad legalista.

En este horizonte se mueve el..., “no vine a destruir la ley y los profetas sino a darle cumplimiento ¿cómo? con la entrega de lo máximo, (magis) la vida –la cruz- para que otros, tengan vida abundante, camino a la felicidad y la vida.

Si no somos mejores que los legistas y fariseos no estamos en nada, es decir, como estamos hoy. La vida es muy valiosa, tiene costos altos y no se llega a ella, solo, con mínimos. Finalmente, no confundamos, la sencillez y simplicidad, con lo mínimo, estrecho y tacaño.