Columnistas

¿En qué se equivoca occidente sobre rusia?

14 de agosto de 2015

Por Iván Krastev

Cuando George Kennan escribió su famoso “Telegrama Largo” en 1946 al secretario de Estado James F. Byrnes, el cual sentó las bases para la política de contención americana contra la Unión Soviética, mencionó a Josef Stalin solamente tres veces, a pesar de que en ese entonces el líder ruso manejaba a su país como un emperador.

Siete décadas después y el actual heredero de Stalin, Vladimir V. Putin, tiene su nombre plasmado en casi cada página de los innumerables memorandos y papeles que luchan por entender la mentalidad que motiva el comportamiento estratégico de Rusia. Entender a Putin, se cree, es entender a Rusia.

¿Pero esto es realmente acertado?

En los días pesados de la Guerra Fría, los americanos solían mirar la toma de decisiones rusa como una caja negra. Se conoce lo que entra, se conoce lo que sale, pero no hay idea de lo que está sucediendo adentro. Por lo tanto se creía que la política soviética era tanto enigmático como estratégica.

Según Gleb Pavlovsky, el ex-emisor experto de Putin, el Kremlin de hoy aún es enigmático, pero ya no es estratégico. Para Pavlosky, la política del Kremlin está diseñada como la música de un grupo de jazz: su constante improvisación es un intento por sobrevivir a la más reciente crisis.

Este año publicó “El Sistema de la Federación Rusa”, que por ahora solo está disponible en ruso, y que depende en gran parte de las ideas de Kennan para ofrecer una crítica oportuna de las conjeturas del occidente en cuanto a la Rusia de Putin.

Contrario a la creencia convencional, insiste Pavlosky, después de que Putin se responsabilizó personalmente de la anexión de Crimea y se ganó el apoyo de más del 80 por ciento de la población, perdió interés en la toma de decisiones del día a día. Quiere estar informado de todo, pero se ve reacio a jugar de amo de llaves nacional. Los ministros, escribe Pavlosky, pasan incontables horas esperando afuera de la oficina de Putin para recibir órdenes, pero al final no da órdenes, solamente escucha. Lo que dirige hoy al Kremlin no es la voluntad de Putin sino su ambigüedad. Como resultado, las guerras entre las diferentes facciones del poder han crecido.

En la lectura de Pavlosky, hoy Rusia no es ni un guerrero ideológico buscando rehacer el orden mundial ni es un realista duro defendiendo desesperadamente su ámbito de influencia. Lejos de la gran estrategia, lo que anima al Kremlin de Putin es la aserción de su derecho a romper las normas internacionales. De hecho, romper las normas sin ser castigado es la peculiar definición del Kremlin de ser una gran potencia.

Rusia, para Pavlovsky, es motivada no por la búsqueda de un poder externo sino por debilidad interna, una falta de visión para su inminente existencia pos-Putin. Putin exitosamente ha conseguido que cualquier alternativa política sea impensable, y ahora su país entero está atrapado en su éxito. En otras palabras, el enorme apoyo popular a Putin es una debilidad, no una fortaleza, y los líderes rusos lo saben.

El vicejefe de gabinete del Kremlin, Vyacheslav Volodin, resumió las cosas de manera concisa cuando explicó a analistas internacionales en un foro privado en Valdai el año pasado, “Hoy no hay Rusia si no hay Putin”. El sistema político ruso funciona implícitamente basado en la suposición de que su presidente es inmortal.

Pero aunque Putin podrá ser un zar, Rusia no es ninguna monarquía. Sus hijas no lo sucederán en el Kremlin. Putin es un presidente elegido popularmente cuyo sistema político ha destrozado la legitimidad de las elecciones como instrumento para el cambio pacífico del poder. Su partido Rusia Unida es un instrumento valioso para ganar elecciones arregladas, pero a diferencia del partido comunista chino, le falta la autonomía y coherencia ideológica necesaria para asegurar la sucesión de poder.

Privadas de visión para el futuro, las élites rusas se ven tentadas por teorías de conspiración y pronunciamientos apocalípticos. Como se lamentó Aleksandr A. Prokhanov, una voz líder de los nacionalistas imperialistas rusos, las élites saben que si intentan una Perestroika II, fracasarán. Sería mejor, dijo, provocar otra guerra mundial que tratar de desmantelar los diseños de Putin.

Ese contexto complejo e impredecible, y no solo los caprichos de la mente de Putin, es la clave para entender la política contemporánea de Rusia.