Columnistas

En sentido contrario a las agujas del reloj

Quitarnos abriles es una forma de defensa frente al estigma del envejecimiento, la edad subjetiva es un mejor predictor del funcionamiento psicológico y físico en la vejez que la edad cronológica.

18 de marzo de 2023

¿Cuántos años tengo? Miro a las del colegio y no me veo como ellas. Eso nos decimos casi todos después de asistir a una reunión de egresados. Sobre todo, si ya hemos cumplido cuarenta. A partir de entonces, el 70% empezamos a sentirnos un 20% más jóvenes. De hecho, es toda una rareza percibir que tenemos más años de los que indica la cédula, a sólo el 2% les pasa esto. Esos datos fueron publicados por un equipo de danesas luego de haber estudiado a 1.470 adultos desde los 25 hasta los 97 años.

Los más jovencitos, quieren ser un tris más añosos, pero cuando se cruza la aparente línea imaginaria de los veinticinco, empezamos a restar. Una tendencia que se acentúa a partir del cuarto piso, sin importar la educación, el género o los ingresos (People over Forty Feel 20% Younger than their Age: Subjective Age across the Lifespan).

Si bien los teóricos han sugerido que esta manía de quitarnos abriles es una forma de defensa frente al estigma del envejecimiento, también han visto que esta mentirilla sirve: la edad subjetiva es un mejor predictor del funcionamiento psicológico y físico en la vejez que la edad cronológica.

Esto me hizo recordar un curioso experimento conducido por una mujer, la psicóloga de la universidad de Harvard, Ellen Jane Langer, cuyos resultados agrupó bajo el título En sentido contrario a las agujas del reloj: salud consciente y el poder de las posibilidades. Resulta que esta profesora se llevó a un retiro de cinco días a varios hombres mayores de setenta. Los aisló en un monasterio. Cuando llegaron se encontraron rodeados de revistas y titulares de las principales noticias de dos décadas atrás. Vieron películas y programas de su tiempo de juventud y escucharon canciones de Perry Como y Nat King Cole, tal como las habían oído en el pasado. Todo estaba dispuesto para que se devolvieran en el tiempo. Nada ni nadie -especialmente sus familiares- les podían recordar su verdadera edad. A la salida, los investigadores registraron mejoras en cuanto a la altura, el peso y el modo de andar de los involucrados. La estatura aumentó al mantenerse más erguidos, sus articulaciones se volvieron más flexibles y sus dedos se alargaron al disminuir la artritis. También se incrementó su fuerza al presionar objetos. Su vista y audición se agudizaron, así como mejoró el resultado de sus pruebas de cognición mental. “Al final del estudio yo estuve jugando al fútbol americano con aquellos hombres, algunos habían prescindido incluso de la ayuda del bastón”, escribió Langer. Todos habían rejuvenecido.

Aunque he juzgado con dureza a quienes se quitan y ocultan años, después de repasar los hallazgos de este curioso ensayo y saber que creerse mayor o de la misma edad, es toda una anomalía para nuestra especie, pienso que, a lo mejor, lo que se oculta detrás de este esfuerzo, es una ingeniosa y traviesa artimaña de preservación.