Entre pandereta, villancico y guaro
No es por hacer alarde de mi buena memoria, pero cuando yo estaba chiquita la novena de Navidad era la excusa perfecta para refrendar los lazos familiares y de amistad en torno al nacimiento del Niño Jesús. Un momento de gozo y de respeto que duraba a lo sumo media hora cada día y para el que nadie tenía que hacerse liquidar, endeudarse ni obsequiar a sus invitados con un banquete de entrada, plato fuerte, postre y trago, mucho trago. Hoy en día las novenas tienen un sentido mucho más rumbero que espiritual, pero digamos que la intención sigue siendo válida, para que no digan que “qué vieja tan cantaletosa, hombre”.
Buscando sobre el origen de la novena, encontré que fue escrita por Fray Fernando de Jesús Larrea, un sacerdote franciscano nacido en Quito en 1700 que, luego de su ordenación sacerdotal, fue predicador en Ecuador y en Colombia. Estando en esas, la señora Clemencia de Jesús Caycedo Vélez, fundadora del Colegio de la Enseñanza en Bogotá, le pidió el favor de escribir una novena para honrar el nacimiento de Jesús. En 1743 fue publicada y, aunque quienes la rezamos ya nos la sabemos de memoria, coincidimos en que muy difícilmente vuelva a aparecer un texto más enredado. Y eso que posteriormente fue modificado por una religiosa del colegio, la madre María Ignacia (Bertilda Samper Acosta), que le agregó los gozos, pero ni así... Muy buena la intención, pero no lo lograsteis. Un lenguaje muy rebuscado dificulta leerla de corrido y comprenderla.
En 2001, el escritor Jairo Aníbal Niño publicó su versión, titulada Los nueve días y un día, nueva novena de Navidad, en cuyas consideraciones se lee una como esta:
“Algo grandioso está por suceder. En las ciudades se abrieron los talleres para reparar sueños estropeados y muchos decidieron abrazar la profesión de los saludos. El oficio de los saludadores consiste en llegar de manera incondicional y solidaria, a conocidos y desconocidos, con una voz de aliento y con una manifestación permanente de buenos deseos. También les fue posible a los niños tener algunas cosas que previamente habían dibujado con creyones en las hojas de los cuadernos. El que quería un gato, por ejemplo, lo dibujaba primero y al instante oía el ronroneo sedoso del minino y veía su cola en alto como un signo de interrogación. Con ese procedimiento algunos padres descubrieron a sus hijos y no pocos fantasmas del dolor y del miedo, cambiaron de vida y accedieron a la categoría de buenas personas”.
Pero nueva o vieja, terrenal o abstracta, clara o intrincada, la novena de Navidad sigue siendo una tradición significativa entre nosotros, aunque muchas veces el “ven, ven, ven, ven a nuestras almas, niñito ven, ven, ven”, sea apenas un coro cuyo verdadero sentido se diluye entre pandereta, villancico y guaro.
Y cierro con el que será mi mantra durante todo el mes, aunque ya sé la respuesta: ¿Seremos capaces de vivir las fiestas sin abrazos, sin besos, sin tanto ruido, sin egoísmo y con respeto por los que más han sufrido en este eclipse?.